Hace seis meses, la palabra de moda en Alemania era «otoño caliente». Esto no se debía a las altas temperaturas estacionales, sino que reflejaba un temor creciente en aquel momento: La escalada de los precios de la energía en Alemania provocaría disturbios sociales masivos.
Al final, la inflación desorbitada no provocó disturbios en las calles. El gobierno alemán se vio favorecido por un invierno suave, pero también tomó medidas preventivas para reducir posibles desórdenes públicos. Pero nos equivocaríamos si pensáramos que los problemas energéticos no captaron la atención del pueblo alemán.
En enero, miles de manifestantes se agolparon en el pueblo de Lützerath para impedir la ampliación de una mina de carbón. Esta vez, el gobierno alemán abandonó su estrategia de mitigación blanda y optó por la represión.
En Twitter, la activista climática Luisa Neubauer hizo una sencilla petición a sus líderes: poder protestar sin ser criminalizados. Pero cuando se trata de respetar esas libertades civiles, Alemania mide las distintas manifestaciones en escalas diferentes.