Al presidente le estorba la democracia. El futuro del país que quiere López Obrador ya está dibujado: cero contrapesos. Los tres poderes deberían estar sometidos, los partidos adversarios aplastados, los organismos ciudadanos autónomos desaparecidos o cooptados. Además, Andrés Manuel, quiere terminar con la libertad de expresión por las buenas o por las malas. Presenciamos, cómo se intenta reconstruir a la Dictadura Perfecta. La clásica, la del ancestral Partido Revolucionario institucional.
La democracia mexicana, se ha construido en forma lenta a lo largo del siglo 20, y es muy reciente. Como un breve repaso, vemos que, hasta 1976 por primera vez, hubo un senador no priista, aunque era del PPS, Partido Popular Socialista, el partido satélite eterno del PRI.
De esta forma, fue hasta 1988, cuando llegaron al senado opositores reales: Porfirio Muñoz Ledo, Ifigenia Martínez, Roberto Robles Garnica, y Cristóbal Arias, todos perredistas. Así, hasta 1994, se alcanzó la pluralidad senatorial con 95 del PRI, 25 del PAN y 8 del PRD. Para el año 2000, ya eran 60 del PRI; 46 del PAN; 15 del PRD; 5 del PVEM; 1 de Convergencia y 1 del PT.
Apenas en el año 2000, el carisma de Vicente Fox echó al PRI de la silla presidencial. Luego, Felipe Calderón llegó a Los Pinos, advirtiendo del ¨Peligro para México”: AMLO. En el 2012, Enrique Peña y su cauda de corruptos, sumaron a incautos y a empresarios para ganar y para saquear descaradamente al país. Así, dejaron la mesa puesta para que llegara López Obrador con quien incluso, el mexiquense, pactó desde la campaña del 2018.
Con AMLO, fueron 18 años de recolección de cash y de personajes impresentables en todos los rincones del país. Él formó un partido con los peores políticos, con selectos oportunistas, con traidores exprianistas y experredistas. Ellos migraron, con todas las manchas sobre la piel, y el resultado es Morena un partido modelado por su jefe, a su gusto.
Los mexicanos estamos atrapados, entre el poder del presidente y la incapacidad y el miedo a la cárcel, de los opositores. Ese poder avanza, casi imparable, destruyendo las conquistas ciudadanas, dilapidando fideicomisos consolidados, envuelto en corrupción, opacidad y demagogia. De esta forma, AMLO ya se enfila a las elecciones del 2023 y el 2024.
Él marcha aceleradamente, ya radicalizado, pareciera que el rencor lo impulsa. La orden ya se dio, la destrucción de la democracia crece en varios frentes. Sus corcholatas son mediocres y tienen colas largas. Pero los aspirantes prianistas, carecen de carisma para enfrentar al presidente, las cosas van mal en México. Es un fenómeno político interesante. Qué pesará más en este pozo de odio, el repudio al obradorismo o el rechazo al PRIAN, el 2023 en Coahuila y el Estado de México, nos dará una pista.