Además de allanarle el camino hacia la gubernatura a Manolo Jiménez, Miguel Riquelme le ahorró seis meses de incertidumbre. Tal fue el tiempo transcurrido entre los comicios de 2017 y la validación del resultado por parte del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, una semana antes de la toma de posesión. Coahuila permaneció en ascuas medio año. Anular el proceso implicaba designar un gobernador interino y celebrar elecciones extraordinarias con nuevos candidatos. Conjurado el riesgo y después de asumir el cargo, empezó la ardua tarea de reconciliar a un estado que en su mayoría castigó al PRI por los desmanes del moreirato, todavía impunes. Sin embargo, la dispersión del voto opositor frustró la alternancia.
En su libro Liderazgo. Seis estudios sobre estrategia mundial, Henry Kissinger atribuye el éxito del primer canciller de Alemania Occidental, Konrad Adenauer —electo recién concluida la Segunda Guerra Mundial—, a la «estrategia de la humildad». La derrota y la culpa del pueblo alemán no le impidieron al exalcalde de Colonia levantar a su país de la ruina moral y económica. Adenauer recuperó la confianza de Europa, sentó las bases de la futura potencia y encaminó a las dos Alemanias hacia la reunificación. Adenauer es el estadista que, en términos de Bismarck, piensa en la siguiente generación; no el político preocupado en ganar la próxima elección. La falta de estadistas y el exceso de políticos explican el caos actual.
La humildad es una de las virtudes menos comunes entre la clase política, dominada por la arrogancia y la impostura. Empero, mientras los dirigentes no reconozcan sus debilidades y limitaciones, difícilmente restablecerán los vínculos con la sociedad. Los detentadores del poder no reparan tampoco en que «Los hombres situados en los altos puestos son tres veces ciervos» (Francis Bacon). Menos consideran que «Cuando el jefe puede todo lo que quiere, se corre el gran riesgo de que quiera lo que no debe querer» (Baldassare Castiglione). Coahuila paga las consecuencias de haber sido gobernado por enfermos de poder.
En Coahuila tirios y troyanos coinciden en que Miguel Riquelme sorteó la crisis política, financiera y de credibilidad —herencia de los hermanos de Humberto y Rubén Moreira—, debido a la estrategia de mano tendida y puertas abiertas seguida desde el primer día de Gobierno. En su discurso inaugural pidió a los coahuilenses, que meses atrás habían tomado las calles para repudiar al clan y demandar la anulación de las elecciones, dejar atrás los rencores. «Es momento —dijo— de buscar la reconciliación política». El objetivo lo consiguió en términos generales.
Riquelme jugó sus cartas. La victoria pírrica y bajo sospecha conseguida en 2017 no dejaba espacio para la soberbia y la venganza, típicas de los Moreira. En vez de sembrar vientos, el lagunero tendió puentes, sobre todo con los sectores más escépticos. Franqueó las puertas del Palacio de Gobierno a los perseguidos por la tribu e hizo lo que las circunstancias le permitieron. Maniatado por la deuda —cuyos expedientes permanecen cerrados y el atraco sin castigo— no pudo realizar una gran obra. A cambio, mantuvo al estado fuera del ojo del huracán. La seguridad es su activo principal. Sin embargo, como se advirtió en las campañas electorales, el disparo de las adicciones por el consumo de fentanilo y cristal, aunado a la pobreza, puede desatar a corto plazo una crisis de alcance mayor.