La elección presidencial se decidirá de acuerdo con la distribución de 63-64 millones de votos, equivalentes al 65% de la lista nominal validada por el Instituto Nacional Electoral (INE). El cálculo se basa en la participación registrada en el proceso previo. La nómina supera los 98.3 millones de electores, 52% de los cuales son mujeres y casi el 48% varones. Los partidos centran su atención en la masa efectiva de votantes. Si el abstencionismo histórico promedio del 36% disminuye, la competencia será mayor. El récord de concurrencia a las casillas (77%) corresponde a 1994, pero fue por circunstancias extraordinarias: el asesinato y sustitución del candidato del PRI a la presidencia, Luis Donaldo Colosio, recién iniciadas las campañas.
Los 56.6 millones de votos emitidos en 2018 (63.4% de la lista nominal) se repartieron así: 30 millones para Andrés Manuel López Obrador, de la alianza Juntos Haremos Historia (Morena-Encuentro Social-Partido del Trabajo); 12 millones para Ricardo Anaya, de Por México al Frente (PAN-PRD-Movimiento Ciudadano); 9 millones para José Antonio Meade, de Todos por México (PRI-Partido Verde-Nueva Alianza); y casi tres millones para Jaime Rodríguez (independiente). La tercera alternancia no la provocó una afluencia masiva de ciudadanos a las urnas, sino el deseo mayoritario de un cambio real en la conducción política del país tras los fracasos del PRI y el PAN en los gobiernos de Enrique Peña Nieto y Felipe Calderón.
En el resultado también influyó el carácter, el carisma y la persistencia de López Obrador, militante del PRI y el PRD antes de unir a las fuerzas de izquierda en torno al Movimiento de Regeneración Nacional (Morena). AMLO conquistó la presidencia tras dos elecciones perdidas con argucias. Recorrer el país tres veces, cosa que ningún político ha hecho, le permitió conocer los problemas de raíz, identificarse con la población más pobre y elaborar una agenda social reconocida por tirios y troyanos, así sea a regañadientes. En Nuevo León, uno de los estados más prósperos y conservadores, donde los factores de poder le son adversos, alcanza una aprobación del 81%. La preferencia por la candidata presidencial de Morena, Claudia Sheinbaum, es del 52%, 27 puntos por encima de Xóchitl Gálvez (PAN-PRI-PRD) a quien Jorge Álvarez Máynez (Movimiento Ciudadano), con una intención de voto del 23%, le pisa los talones (Reforma, 04.04.24). El punto débil de la 4T es la inseguridad, pero las encuestas no lo reflejan.
Si las tendencias se mantienen en los pocos días que restan para las elecciones, Sheinbaum sucederá a AMLO y Morena ligará un segundo periodo en la presidencia. La percepción en ese sentido ha adquirido carta de naturalidad pese a la guerra sucia del bloque opositor y de los grupos de interés. La táctica del miedo utilizada en las elecciones de 1988 y 1994 para desacreditar a Cuauhtémoc Cárdenas se repitió en 2006 contra López Obrador. Sin embargo, a fuerza de repetirse perdió impacto. Uno de los recursos utilizados por AMLO para neutralizar a sus críticos son las ruedas de prensa matutinas, las cuales implantó desde que era jefe de Gobierno de Ciudad de México. La antigua partidocracia y sus socios fueron incapaces de elaborar en seis años un proyecto creíble y de formar nuevos liderazgos. La soberbia, la venalidad y las orejeras serán de nuevo la causa de su derrota. La 4T no es la panacea ni AMLO un estadista, pero entendieron la realidad del país y jugaron mejor sus cartas.