En el arte, lo horrendo y tenebroso siempre ha tenido su lugar
Cuando uno piensa en artes plásticas, lo primero que se le viene a la cabeza suele estar relacionado con la belleza. La pintura ha adquirido en el imaginario colectivo una categoría casi decorativa. Pero lo cierto es que, igual que con la literatura o el cine, la pintura ha inmortalizado escenas lejos de este tipo de conceptos. Y es que lo feo y tenebroso también ha tenido un papel protagonista desde tiempos tempranos.
Aunque podemos rastrear ejemplos en la antigüedad clásica, la representación del terror en el arte encontró su culmen en la Edad Media, cuando el cristianismo popularizó el uso de imágenes grotescas con un objetivo moralizante: enseñar a los feligreses cuál sería su destino de no seguir los preceptos católicos. Las iglesias se llenaron entonces de representaciones demoníacas, de almas desamparadas encerradas en las fauces de toda clase de monstruosidades o ardiendo en las llamas del fuego eterno.
Con el paso del tiempo, los artistas adoptaron esta iconografía de lo feo y violento, y la usaron a su antojo, representado los miedos más profundos del ser humano. El resultado: obras sublimes y sumamente sugestivas para el espectador que se acerca a ellas.