Los que tenemos una cierta edad sabemos por experiencia que la vida es ondulante. Lo que ayer era políticamente correcto hoy es infame
La frase a veces se atribuye a Josep Pla, pero es de Michel de Montaigne: la vida es ondulante. El propio Pla aclaró el equívoco en sus ‘Dietarios’: «Nadie había escrito nada parecido hasta Montaigne. Es la observación más ajustada que se haya dicho contra el fanatismo, la incomprensión y el dogmatismo cada vez más dominante».
Bien lo sabía el jurista francés del siglo XVI, que, desengañado de las vanidades de este mundo, se retiró a su chateau en los últimos años de su existencia para leer y meditar. Montaigne había sido testigo de las guerras de religión que habían dividido a la sociedad francesa y de las purgas provocadas por la intolerancia. Él mismo fue una víctima póstuma cuando Bossuet logró que sus ‘Ensayos’ fueran prohibidos por la Iglesia, casi un siglo después de su muerte.
Los que tenemos una cierta edad sabemos por experiencia que la vida es ondulante. Lo que ayer era políticamente correcto hoy es infame. El mundo en el que nacimos ha desaparecido, lo nuevo ha enterrado a lo viejo, mientras que la globalización y las nuevas tecnologías han creado una tipología humana que desdeña el pasado.
Nada de ello es sorprendente porque les ha sucedido a todas las generaciones. No hay más que leer a Montaigne para darse cuenta del desencanto que provocó su renuncia a la vida pública tras haber sido alcalde de Burdeos. Siempre que cruzaba frente a su estatua en el Barrio Latino de París, recordaba su irreverente aserto: «Aun en el trono más alto del mundo, estamos sentados sobre nuestro culo».
Por eso, la vida es ondulante. La enfermedad, el fracaso, la fugacidad, la pérdida del amor, la traición, la vejez nos acechan. No se trata sólo de que somos seres arrojados al mundo, resulta además que no podemos controlar nuestro destino ni protegernos de la adversidad. El azar rige nuestra existencia.
Si echo la vista atrás, me doy cuenta de que lo que soy ahora es en buena medida producto de una serie de casualidades y caprichos del destino, ajenos a mi voluntad. Es como si una mano invisible me hubiera guiado. Mi ondulante vida sería totalmente distinta de si, en lugar de seguir estudiando, hubiera aceptado la herencia de un terrateniente francés que me quiso convertir en un hijo adoptivo. Nunca he sabido por qué tome aquella decisión. Ni tampoco otras muchas que he racionalizado ‘a posteriori’ pero que obedecían a impulsos sentimentales.
La razón está sobrevalorada en una sociedad enferma de falsas seguridades e ídolos que adoramos de forma inconsciente. Quizás porque el autoengaño es necesario para vivir. Pero, como apuntaba Montaigne, la guerra más complicada es la que cada uno libra contra sí mismo. Aceptar que estamos sentados sobre nuestro culo es no sólo muy difícil sino contrario a nuestros desmedidos egos. La vida es y sólo es ondulante.