La falta de agresividad institucional contra las drogas da a entender que son mucho menos malas que la comida chatarra
La victoria del narco
Todo esto nos lleva a admirar la gestión empresarial de los narcotraficantes, como es obvio. No creo que tenga ningún valor un ranking de mejores empresarios del mundo que no incluya a los narcotraficantes. Han conseguido que un producto ilegal sea intocable.
Los narcos no pagan impuestos, no reciben visitas de inspectores de la Secretaría de Salud, no ponen etiqueta, nadie echa cuentas de cuántas mujeres contratan ni de cuánto cobran, no hacen publicidad de su producto y nunca suben los precios. Combinan todo lo bueno de Amazon o Apple y nada de lo malo. No se me ocurre objeción alguna que hacerle a un narcotraficante, fuera de que el tráfico de drogas provoque decenas de miles de asesinatos al año, pero (esto es lo importante) nunca de un oso perdido en Zapalinamé. Un gran éxito del narco ha sido la campaña que, desarrollada durante todo el siglo XXI, ha logrado concienciarnos de que hay drogas legales tan malas como las ilegales y, al cabo, peores. Fumar y beber alcohol también es drogarse, nos dijeron, y al final es verdad que tú te metes un gramo de cocaína cada tres días y yo me tomo una Coronita por la tarde. ¿Quién soy yo para juzgarte? Con el apoyo de las películas y las series, el narco ha conseguido, sobre todo, acabar con la hipocresía. Recuerdo aquellos conciertos «contra las drogas» donde no tocaba nadie que no se drogara, aquellas campañas contra la adicción que protagonizaba Maradona; y a todos esos políticos politoxicómanos que salen a criticar a la juventud descarriada. La hipocresía es la peor de las drogas, el azúcar y la comida chatarra.