Ninguna candidatura presidencial se improvisa, pero basta el asomo de un escándalo para echarla abajo. En la sucesión de 2006, Arturo Montiel, gobernador del Estado de México, arrojó la toalla apenas la prensa destapó una parte de su fortuna y de sus inversiones inmobiliarias en México y Europa. El enriquecimiento de los gobernadores siempre ha sido un secreto a voces, pero en contextos electorales las filtraciones tienen efectos fulminantes. Con Montiel fuera de la carrera, el entonces líder del PRI, Roberto Madrazo, se hizo con la nominación, pero perdió la presidencia.
Las precampañas de Claudia Sheinbaum (Morena) y Xóchitl Gálvez (PRI-PAN-PRD) serán un mero simulacro, pues ya son candidatas. La prueba de fuego vendrá con las campañas (90 días a partir de marzo ) y los tres debates. Las aspirantes desplegarán entonces todo su arsenal. La exjefa de Gobierno de Ciudad de México, a diferencia de la Gálvez, se preparó para ser presidenta. Durante cinco años creó estructuras, formó cuadros y soportó la presión de la derecha y de los medios de comunicación afines. Su gestión en CDMX es favorable y su cercanía con Andrés Manuel López Obrador le brinda ventajas adicionales. Los 23 estados gobernados por Morena representan el 70% de la lista nominal de electores.
Gálvez está en clara desventaja. Su exposición como presidenciable data de apenas unos meses. La senadora hidalguense se mentalizó para suceder a Sheinbaum en el Gobierno capitalino, no para afrontarla en las urnas. El desenfado y el carisma de la favorita del viejo statu quo ayudan, pero no bastan. Gálvez no termina de dimensionar el peso y los costos de una candidatura de rebote. Frente a políticos anquilosados como Santiago Creel, José Ángel Gurría, Enrique de la Madrid e incluso Beatriz Paredes, la exjefa delegacional de Miguel Hidalgo cautiva a los sectores contrarios al presidente López Obrador y a los grupos de presión, pero no alcanza para ganar las elecciones de 2024.
El PAN, PRI y PRD tampoco le garantizan a Gálvez los 21.8 millones de votos obtenidos por Ricardo Anaya y José Antonio Meade en las presidenciales de 2018. Entre otras razones, porque las tres fuerzas gobernaban entonces 31 estados; hoy solo cuentan con siete. Movimiento Ciudadano (MC) apoyó al PAN en las elecciones previas, pero ahora participará con un perfil propio («Con el PRI ni a la esquina», dice el partido naranja). El autodescarte del alcalde de Monterrey, Luis Donaldo Colosio Riojas, aumenta las posibilidades del gobernador de Nuevo León, Samuel García.
La partidocracia es un lastre para Gálvez, pero ¿cómo sacudirse sus siglas y deslindarse de la historia de escándalos y corrupción que la acompañan sin quedar aislada ni exponerse a traiciones? En el mitin del 3 de septiembre en el Ángel la Independencia, donde la exdirectora de la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas fue confirmada como coordinadora del Frente Amplio, los líderes del PAN, Marko Cortés; del PRI, Alejandro Moreno; y del PRD, Jesús Zambrano, enviaron un mensaje: «Xóchitl es la candidata, pero nosotros mandamos».
Gálvez necesita romper ataduras y empezar a demostrar carácter e independencia; de lo contrario, será devorada por los tiburones. Las campañas no serán fáciles y las elecciones, menos. La maquinaria del PRI está oxidada y la de Morena es la nueva aplanadora. El presidente López Obrador empezó el último año de su Gobierno con una aprobación del 60%. Sheinbaum lidera las intenciones de voto y recibió el bastón de mando, símbolo de la autoridad suprema en las culturas indígenas. Si el escenario no se modifica, habrá 4T para rato.