El ciclismo está profundamente arraigado en la cultura holandesa, con más de 23,4 millones de bicicletas en una población de 17,5 millones de habitantes. Este fenómeno ha evolucionado a lo largo de las décadas, empezando en la década de 1890, cuando el terreno llano y las zonas urbanas compactas hicieron de la bicicleta una opción de transporte conveniente. Tras la II Guerra Mundial, Holanda dio prioridad a las redes ciclistas para conectar ciudades, pueblos y zonas rurales.
En los años 70 surgieron grupos de defensa de la bicicleta, y el gobierno respondió con importantes inversiones en infraestructuras ciclistas y centrándose en el «tráfico lento». Las ciudades y pueblos se diseñaron con carriles bici separados, cruces adaptados a las bicicletas y medidas de pacificación del tráfico.
En las grandes ciudades holandesas, las zonas sin coches y peatonales son cada vez más habituales. El centro de Ámsterdam tiene restringido el acceso de coches sin mayor oposición. En general, a los habitantes les gusta que sea así: a finales del siglo pasado, cuando los coches amenazaban con adueñarse de la ciudad, miles de personas protestaron contra la idea de dar más espacio a las cuatro ruedas.
Las empresas holandesas suelen ofrecer incentivos a sus empleados para que se desplacen en bicicleta o transporte público. Algunas ofrecen beneficios fiscales, reembolsos de gastos de bicicleta o abonos de transporte público subvencionados. La educación ciclista también está integrada en el currículo escolar, que hace hincapié en la seguridad vial y el uso de la bicicleta desde una edad temprana.