Los resultados electorales del domingo pasado, 2 de junio, sin duda fueron una gran sorpresa para todas las personas, el mismo presidente Andrés Manuel López Obrador en su mensaje a la nación, después de que la presidenta del INE hiciera del conocimiento el triunfo de Claudia Sheinbaum, mostró un semblante entre extrañado y a la vez emocionado, por el triunfo arrollador de la candidata de su partido, hasta él se sorprendió, no porque ganó, sino por cuánto ganó. Sacó más votos que él hace seis años. La oposición, en el mensaje de Xóchitl Gálvez, reconociendo el triunfo de Sheinbaum, estaba petrificada, no daba crédito al resultado, al menos esperaba que en las cámaras, Morena no alcanzara la mayoría calificada. Y también tal vez estaban pensando en las reacciones al interior de sus partidos, pues ya no generan esperanzas entre los electores, y no aceptan las razones de la narrativa de la oposición. Entre ellas, el grave problema de la inseguridad que se vive en el país, y la ineficacia de la política de “abrazos, no balazos”, que mantiene en la zozobra amplias regiones del país. La narrativa del miedo no funcionó.
Slavoj Zizek, en su texto Hegel y el cerebro conectado, nos recuerda que Hegel nos proporciona unas lentes únicas para percibir las posibilidades y los peligros de nuestro tiempo, y nos alerta que la premisa de Hegel es que todos los grandes proyectos salen mal y que solo de esa manera pueden acreditar su verdad, y pone el ejemplo de que la Revolución Francesa buscaba la libertad universal y alcanzó su apogeo en el Terror. Hoy, con el proyecto de “primero los pobres”, cabe preguntarnos, con base en Hegel, ¿a qué terror nos conducirá? En este sentido podemos decir que el “sistema” de Hegel, sin que queramos ser alarmistas, es al final de cuentas un recorrido sistemático por los fracasos de los proyectos filosóficos y, por qué no decirlo, también de los proyectos políticos. Pero, por otra parte, ante la pregunta ¿qué es la filosofía hoy? La respuesta que es más aceptada entre los científicos del mundo de hoy es “algo cuyo tiempo se acabó”.
En las elecciones pasadas, que culminaron el 2 de junio, fue común escuchar la queja de la apatía de los votantes; la cada vez más baja participación de los jóvenes en política; ante ello hubo muchos llamados, algunos desesperados, de la necesidad de que las personas se movilicen en iniciativas de la sociedad civil. Ahí estuvo la “marea rosa”. Sin embargo, cuando la gente decide movilizarse, sacudirse su modorra apolítica, lo hace invariablemente bajo la forma de una revuelta populista de derecha.
Los estudiosos del populismo sostienen que éste, no es un movimiento político específico, sino que es la “inflexión” del espacio social capaz de afectar cualquier contenido político. Zizek, en su libro Contra la tentación populista, señala “que la principal amenaza a la democracia en los países democráticos actuales reside en la muerte de lo político por medio de la mercantilización de la política”. El riesgo aquí no es tanto el modo en que los políticos se envasan y se venden como mercancía de cara a las elecciones; mucho más serio es que las elecciones mismas se conciben bajo el guion de una compra más (de una mercancía que en este caso se llama “poder”), en lo que implica una competencia entre distintos partidos-mercancía donde nuestro voto es como dinero que ponemos para comprar el gobierno que “queremos”.
Lo político se debilita cuando los diferentes partidos, tanto de derecha, centro e izquierda proponen aparentemente lo mismo, por lo que en una campaña se está convencido que lo único que queda por escoger es la imagen publicitaria mejor diseñada, la que mejor posicione simplemente lo más arcaico, el odio hacia el otro. Y, bueno, a votar por los antiguos odios o que sencillamente los carguemos a la cuenta de nuestras propias frustraciones y desencantos. ¿Cómo explicar que en la elección pasada el 49 por ciento de la clase media alta y el 59 por ciento de la clase media votó por Sheinbaum?
Ahora bien, Jacques Rancière, En los bordes de lo político plantea: “Como para Platón, la democracia no es para Aristóteles sino el menos malo de los malos regímenes, esto es, de hecho, nunca ha existido un buen régimen, sino solamente regímenes desviantes en perpetuo trabajo de autocorrección, o como estaríamos tentados de decirlo, de auto disimulación”.