George Orwell dijo en 1945 que una ‘guerra fría’ era «una paz que no es paz», remarcando que es un tipo de conflicto que pondría fin a las «guerras de gran escala con el coste de tener una prolongación indefinida». Explicó que era un tipo de conflicto que crea un estado permanente de hostilidad, pero sin el uso de las armas.
La segunda mitad del siglo XX estuvo marcada por la Guerra Fría, desatada por la crisis de los misiles de 1962, entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Fue un conflicto cuyas características encajan con la definición que dio Orwell casi dos décadas antes.
Ahora, más de medio siglo después, las grandes potencias mundiales se disputan la supremacía mundial con movimientos estratégicos que crean un conflicto que también encaja con esa definición de Orwell y hace inevitable echar la vista atrás hacia el duelo soviético-estadounidense. No llegan al intercambio de misiles y balas, pero hay un estado permanente de competición y tensión.
La etiqueta de ‘guerra fría’ se le puede o no poner a la disputa entre China y Estados Unidos, o a las tensiones entre el Kremlin y la Casa Blanca. Pero los movimientos estratégicos casi diarios, las advertencias y ciertas decisiones de las grandes potencias hacen que el conflicto, aunque no sea violento, sea evidente.