«765 mil (votos) gracias». Cientos de espectaculares con esta leyenda —excepto por la obviedad— tapizan pueblos y ciudades del estado. El número corresponde a los sufragios que convirtieron a Manolo Jiménez en uno de los gobernadores con mayor apoyo en las urnas en términos porcentuales. Para alcanzar esa votación, el PRI y su candidato se coligaron con el PAN y el PRD e hicieron compromisos con empresarios, organismos civiles, iglesias y otros sectores. Cada fracción espera resultados, pero también posiciones, contratos y un trato preferente. El gobernador electo deberá encauzar esa amalgama de intereses. Si pretende satisfacerlos a todos, o, peor aún, cae en sus manos, perderá autoridad.
Jiménez deberá impedir, desde un principio, la injerencia de los grupos de interés y de la oligarquía en su Gobierno, y no aceptar condiciones. Si las admite, será su rehén. Cada gobernador ha afrontado esas circunstancias y las ha resuelto mediante la combinación de una serie de factores: legitimidad, carácter y la aplicación de la máxima según la cual el poder no se comparte. Unos cedieron de más, otros hicieron valer su autoridad y honraron sus compromisos con las mayorías. En el caso de las presidencias municipales, Eliseo Mendoza no aceptó imposiciones y abrió los procesos para que las bases del PRI, y no las élites, eligieran a los candidatos. Frente al rechazo al horario de verano —vigente entonces solo en los estados del noreste—, sometió el tema a consulta popular y abrogó el decreto respectivo por decisión de la mayoría. También logró la aprobación del Impuesto Sobre Nóminas contra la voluntad de los empresarios más conservadores del estado.
El rumbo del estado lo señala el Gobierno de acuerdo con un proyecto político votado en las urnas. En el caso de la presidencia de la república, el modelo neoliberal se implantó con la llegada de Miguel de la Madrid. La tecnocracia suplantó a la política, y la orientación social de los gobiernos y del Estado, como rector, se sacrificó en aras del mercado y de las clases dominantes. No en balde José López Portillo declaró haber sido «el último presidente de la Revolución». El neoliberalismo duró siete sexenios: los comprendidos entre De la Madrid y Peña Nieto.
Andrés Manuel López Obrador, uno de los presidentes más legitimados de la historia, mal que le pese a sus detractores, utiliza los 30 millones de votos que le abrieron las puertas del Palacio Nacional para desmontar el sistema neoliberal, repudiado hoy alrededor del mundo. La idea consiste en cambiar de régimen como anunció en su toma de posesión. La preferencia por los pobres provocó el enfado de quienes perdieron privilegios y han sido tocados por el Estado al que hasta hace poco tenían sometido. El Gobierno de la 4T ha cometido errores garrafales y no ha cumplido las metas de empleo, crecimiento económico, salud y seguridad prometidos, pero todas las encuestas aprueban a López Obrador.
¿Cómo utilizará Manolo Jiménez sus 765 mil votos? A los hermanos Humberto y Rubén Moreira el poder los ensoberbeció, acaso por un complejo de clase. El docenio resultó catastrófico, pues hundió al estado en una etapa de terror con mascares, desapariciones forzadas, fosas clandestinas y el envilecimiento de la política y de las instituciones. La deuda por 40 mil millones de pesos es un agravio permanente para los coahuilenses. Miguel Riquelme escuchó el mensaje de las urnas y dedicó su sexenio a conciliar al estado. ¿Qué se puede esperar del Gobierno de Jiménez? Difícilmente, como AMLO, variará los fundamentos de los tres últimos sexenios. Aun así, los votos y las circunstancias lo obligan a darle a su Gobierno un perfil propio, atento a la realidad del estado. La soberbia es la peor consejera y siempre pasa factura.