El 5 de mayo de 1990, la fotógrafa estadounidense Therese Frare realizó una fotografía que tuvo un papel muy similar en la historia del siglo XX, pues abrió los ojos a una realidad a la que el mundo estaba, en el mejor de los casos, dando la espalda; y en el peor de ellos condenándola y considerándola un castigo divino: el sufrimiento de los enfermos de sida y el de sus familias.
Todo se desarrolló de manera casual. Frare trabajaba como voluntaria en el Pater Noster Centre, que albergaba a enfermos de sida en fase terminal. Estudiaba un posgrado de periodismo y de vez en cuando hacía fotografías. Aquel día se encontró con otro de los voluntarios, pero mientras charlaban este fue requerido en la habitación de uno de los pacientes a los que atendía, David Kirby, que estaba a punto de fallecer. Antes de enfermar, Kirby era un hombre joven, jovial y atractivo, de mejillas rubicundas y rostro saludable. Era un activista por los derechos de los homosexuales y vivía en California, lejos de una familia con la que mantenía una relación distante. Cuando enfermó, sin embargo, llamó a casa y anunció a sus parientes que quería morir allí, cerca de ellos. Sus padres y hermana estuvieron de acuerdo, y Kirby regresó a Ohio.
Frare acompañó a su compañero hasta la puerta de la habitación y permaneció en el exterior. Sin embargo, la madre del paciente le pidió no solo que entrara, sino que hiciera fotografías de lo que estaba ocurriendo. David Kirby iba a luchar por los derechos de los homosexuales hasta las últimas consecuencias, pues las fotografías de su fallecimiento ayudarían a poner cara y a humanizar el sufrimiento de millones de personas.
David Kirby iba a luchar por los derechos de los homosexuales hasta las últimas consecuencias
La autora le pidió permiso para inmortalizar aquella escena. Él se lo concedió siempre que no se lucrara con aquella imagen –nunca lo ha hecho–, y entonces la joven comenzó a disparar.