Nada mejor para acabar con un movimiento social como el feminismo que convertirlo en mercancía
En la panadería de la esquina han creado unos bollos lilas especiales para el 8M y en un cartel presumen de que el 82% de la empresa (una cadena) son mujeres. No cuesta mucho imaginar que el restante 18% está en algún despacho contando beneficios, porque en los años que llevo siendo vecina de este establecimiento nunca he visto a un hombre de dependiente o fregando los baños. En mi pueblo, de hecho, el 100% de las que hacían el pan eran mujeres. Y de las que limpiaban. Y de las que cocinaban. Pero los dueños de la empresa no son los únicos responsables del despiste sobre lo que es o no el 8M. ¿Cuántas veces no se ha sacado como prueba irrefutable de feminismo el hecho de que haya mujeres en un sitio? A este paso, vendrá un jeque árabe a presentarse como defensor de la igualdad porque en su harén no hay más que hembras.
Yo trabajé en una fábrica en la que todas, absolutamente todas las operarias de línea eran mujeres y los encargados eran todos, absolutamente todos, hombres; incluso los pipiolos imberbes que hacían sustituciones de verano mandaban a las más veteranas. Será que ese era un entorno muy feminista y yo no me enteré. Después de la panadería me encuentro con un salón de estética que llama a “deslumbrar en el Día de la Mujer”, tiendas de ropa que ofrecen descuentos en tan señalada celebración, gimnasios con packs de entrenamientos “especiales para ti”. Nada mejor para acabar con un movimiento social que convertirlo en mercancía. Incluso hay una discoteca que hoy da bebidas gratis a las clientas.
Mucho antes de internet nosotras ya sabíamos que “si algo es gratis es que el producto eres tú”. ¿Y por qué no un proxeneta sumándose orgulloso a la fiesta porque cuida muy bien de las chicas a las que explota, compra, vende y alquila por horas? Ah, a este no le hace falta exponerse públicamente, porque para defender la prostitución como libertad o derecho ya están algunas voces que se dicen feministas, o académicas que, mediante una jerga incomprensible y oscura pero muy moderna, citando a Foucault por aquí o a Derrida por allá, manipulando a Beauvoir, nos hablarán de “trabajo sexual”, de lo bien que sienta ser puta a pesar de que ellas a la tarea no se han puesto nunca. Pero la treta no funciona, y el feminismo sigue donde ha estado siempre: defendiendo una vida digna para todas en todas partes y para eso hay que cerrar los prostíbulos, dignificar las condiciones de trabajo de ese 82% que no manda. Y ya luego la que quiera comerse un bollo que se lo coma.