¿Sucesión adelantada o sucesión pactada? Proyecto transexenal llegaría a 24 años
La elección de 2023 será la madre de todas las batallas. Coahuila es uno de los pocos estados (tres) donde no ha habido alternancia. Riquelme hace amarres y ajusta la maquinaria. No desea ser el primer gobernador en entregar el cargo a un partido opositor. Sin embargo, Morena, en votos, le pisa los talones
GERARDO HERNÁNDEZ G.
Miguel Riquelme conoce el sabor de la derrota (en 1996 fue el único candidato del PRI a diputado que perdió; la experiencia la comparten los titulares de los poderes Legislativo, Eduardo Olmos, y Judicial, Miguel Mery). También sabe lo que cuesta levantarse de la lona para hacer- se, con ayuda del réferi y de los jueces, con la alcaldía de Torreón y con la gubernatura, cuando el PAN ya había cantado victoria. Con ese bagaje, debe estar consciente de que la sucesión del año próximo será, valga lo original del término, «la madre de to- das las batallas». No es igual medirse con el partido de presidentes débiles (Vicente Fox y Felipe Calderón), que pulsear con uno cuyo capital político reside en la imagen de un líder carismático.
Andrés Manuel López Obrador (AMLO) se mantiene en la cresta de la ola a pesar de sus dislates y la insatisfacción ciudadana por los magros resultados de su administración. Sin embargo, la pobreza política de las oposiciones es infinitamente mayor. La estrategia del desgaste, empleada por los medios de comunicación, intelectuales y organismos privados adversos, tampoco lo ha debilitado. El pronóstico de que Morena se desplomaría en las elecciones intermedias por no estar AMLO en las boletas, falló en redondo. Ni juntos en la coalición Va por México, el PRI, PAN y PRD pudieron desbancar a Morena como primera fuerza en la Cámara de Diputados. Tampoco lograron afianzarse en los estados: perdieron 13 gubernaturas; Acción Nacional conservó Chihuahua y Querétaro. En los comicios del 5 de junio próximo, Morena podría ganar como mínimo otros tres Gobiernos de acuerdo con diversas encuestas.
Miguel Riquelme está al tanto de la situación y no quiere dejar ningún cabo suelto. Salvar la elección en 2017 conjuró el estigma de ser el primer candidato del PRI en perder la gubernatura, pero podría ser el primero en entregar el cargo a un opositor, de Morena, para ponerle nombre. Riquelme controla el Congreso, el Tribunal Superior de Justicia, los órganos nominalmente autónomos (Sistema Estatal Anticorrupción, Instituto Electoral, Comisión de Derechos Humanos, Instituto de Acceso a la Información Pública…), la Universidad Autónoma de Coahuila y a las oposiciones. También tiene la aquiescencia de la mayoría de los medios de comunicación y del sector privado. Sin embargo, en las urnas todo puede suceder. El presidente López Obrador aun no ha movido ficha.
La virtual alianza PRI-PAN —promovida por Rubén Moreira y Marko Cortés— es un arma de doble filo. El partido que hace cuatro años estuvo a un paso de ganar la gubernatura, con Guillermo Anaya, hoy es una entelequia (Javier Corral, dixit); y del PRD, satélite del PRI, ni que decir tiene. La mayoría del voto panista (452 mil en 2017) se pasó a Morena —segunda fuerza en el estado— y la votación del PRI se mantiene en el medio millón. Coligarse con el PRI para plantar cara a AMLO puede ahorrarles un nuevo fracaso a los líderes del PAN, pero el costo para las siglas resultaría mayor, pues equivaldría a pactar con los Moreira.
Si las dirigencias local y nacional del PAN se rinden ante el PRI, el panismo duro y la ciudadanía, leales aun en sus peores momentos, también le darían la espalda a la coalición. Quizá no al grado de apoyar a Morena —si el candidato al Gobierno no les genera confianza—, pero sí a una opción emergente e incluso a un aspirante sin partido. En uno u otro caso, un perfil como el de Jericó Abramo Masso, cuya ruptura con el PRI, inminente por la falta de equidad, sería una alternativa. Un escenario así no se había contemplado. Si se cumple, el plan sucesorio de Riquelme naufragaría y Morena estaría en condiciones de ganar la elección.