Andrés Manuel López Obrador podrá ausentarse de la escena política —el 23 de septiembre renunció a su militancia en Morena—, pero no de la conversación pública. Referencia para entender el cambio experimentado por el país en apenas seis años, AMLO descansa en Claudia Sheinbaum para continuar su proyecto y defender su legado. El líder de la 4T cerró su Gobierno a tambor batiente, lo que no lograron sus predecesores. López Obrador no tiene pensión, equipo de seguridad, personal de apoyo ni los privilegios concedidos antes a los expresidentes, con cargo al erario, pues los canceló para todos.
El mentís al balance negativo del Gobierno de AMLO, presentado por sus detractores y los medios de comunicación afines, son: el resultado de las elecciones, la estabilidad social, económica y política y la aprobación del expresidente. Sheinbaum asumió el poder con esos activos, pero también con pasivos. Peña Nieto concluyó su gestión entre escándalos; Felipe Calderón, en medio de una guerra sin sentido; y Vicente Fox, en el limbo. Los tres deambulan hoy cual fantasmas. Ernesto Zedillo reapareció para atacar la reforma judicial, pero, al hacerlo, removió el pasado. Se le recordó el golpe para desaparecer la Suprema Corte de Justicia y las violaciones sistemáticas a los derechos humanos.
La obsesión por AMLO tampoco ha terminado. Perseguirá a la presidenta Sheinbaum por no haberlo negado ni roto con él como sugerían las élites y la «comentocracia». Reforma dedicó gran parte de su edición del 30 de septiembre a subrayar los aspectos negativos del Gobierno obradorista. Quizá le parecieron poca cosa el crecimiento de las exportaciones en 607 mil millones de dólares, (34.7%), del salario mínimo (99.8%) y del empleo formal (22.3 millones plazas). La cotización del peso se mantuvo por debajo de las 20 unidades por dólar, una apreciación del 3.5% (El Universal, 30.09.24). La cifra de pobreza (46.8 millones de personas) es la más baja de los 18 últimos años.
El historiador Lorenzo Meyer dice que Sheinbaum y su equipo afrontan una doble tarea, plagada de incógnitas y peligros: 1) «Continuar la demolición de lo indeseable que aún se mantiene en pie, pero sobre todo avanzar en la construcción de lo nuevo»; y 2) Librar, como régimen, sus propias batallas, internas y externas. Entre las primeras, destaca consolidar y dotar a Morena de mecanismos propios para que su diversidad no lo fracture como pasó con el PRD. En el frente externo, «la sociedad demanda (…) que se recupere la seguridad y el control territorial que el crimen organizado le ha arrebatado al Estado». Igual o más importante —observa— es «enfrentar de manera radical ese mal social histórico, el de la pobreza, en particular la extrema (…)». El autor propone «diseñar políticas específicas que lleven a disminuir la desigualdad hasta hacerla socialmente tolerable» (“La 4T como régimen”, El Siglo de Torreón, 29.09.24).
Sheinbaum fue investida con mayor poder que López Obrador hace seis años, pero igual afrontará desafíos y presiones del conservadurismo y los sectores adversos a los Gobiernos de izquierda. Los grupos de interés no dejarán de asechar ni escatimarán en esfuerzos para reimplantar el modelo neoliberal. «La batalla para mantener y solidificar el apoyo mayoritario para que la 4T se transforme en nuevo régimen no está aún ganada», advierte Meyer. La primera presidenta posee la capacidad y los recursos para dar el impulso definitivo a la transformación del país.