Treinta y dos mil votos en números redondos impidieron la alternancia en Coahuila hace seis años. Esa diferencia le permitió al PRI conservar la gubernatura en un proceso salpicado por denuncias de irregularidades. Miguel Riquelme rebasó los 482 mil sufragios y Guillermo Anaya (PAN), los 452 mil. Ha sido por ahora la elección más apretada. Las oposiciones superaron al partido en el poder por más de un cuarto de millón de votos, algo nunca antes visto. Una alianza entre los dos candidatos contrarios al PRI más votados (Armando Guadiana y Javier Guerrero) con Anaya, e incluso de uno solo, habría cambiado la historia. Anaya puso todo lo que estuvo de su parte para lograr ese fin, pero ninguno cedió. Pudieron más las vanidades y los egos.
La coyuntura se vuelve a repetir, pero con una variante entonces inimaginable: el PAN, con el pretexto de frenar a Morena, fundió sus siglas con las del PRI para sumarle los votos a su candidato Manolo Jiménez. ¿Cuántos de los 164 mil ciudadanos que sufragaron por Acción Nacional en las elecciones para alcaldes de 2021 lo harán de nuevo el 4 de junio próximo? Si en los cuadros del blanquiazul existe desaliento, la decepción entre sus simpatizantes es mayor por esta rendición humillante. La votación por el partido que estuvo a unos pasos de ocupar la gubernatura podría caer más todavía, pues abandonó el trabajo. En las negociaciones con el PRI logró más de lo que realmente merece.
Entretanto el Gobierno y el PRI reforzaron sus estructuras territorial y de control, atrajeron a las élites económicas —adversas al presidente Andrés Manuel López Obrador— y reforzaron los pactos con los poderes fácticos. Así pudieron elevar su votación, recuperar la mayoría en el Congreso local y las alcaldías en poder del PAN y de Morena. También capitalizaron la animadversión hacia la 4T. La cúpula empresarial ha formado causa común con el Gobierno de Miguel Riquelme y su partido. La alianza no es nueva: se inició con el ascenso de Humberto Moreira al poder. No de balde la crítica del sector privado ha permanecido ausente en los 18 últimos años. La megadeuda y otros escándalos han sido olímpicamente ignorados.
El PRI parece encaminado hacia una victoria fácil, como en los viejos tiempos, pero, aun así, hay preocupación e incertidumbre. El presidente López Obrador y su movimiento no aceptan derrotas por adelantado. Riquelme y sus operadores lo saben. Un desliz o un suceso inesperado pueden alterar las tendencias electorales. El candidato de la coalición PRI-PAN-PRD fue arrinconado en los debates, pero las intenciones de voto casi no se movieron. El segundo y último mes de campaña inició con una ventaja sólida para Jiménez. Armando Guadiana (Morena) nunca creció. El desempeño de Ricardo Mejía (PT) en los careos y su discurso rupturista le han convertido en el pretendiente opositor más competitivo, pero todavía continúa lejos del primer lugar.
Si Guadiana, Mejía y Evaristo Lenin Pérez (Partido Verde-UDC) permanecen dispersos, pasará lo mismo que hace seis años: las oposiciones le allanarán el camino al PRI, y en este caso a Jiménez, para hacerse de nuevo con la gubernatura. Morena y el PT, unidos, sacudirían los cimientos del poder y abrirían la oportunidad de sumar a Coahuila a los 30 estados donde la alternancia terminó con la hegemonía priista. Pero si Guadiana y Mejía no ponen a Coahuila por encima de sus intereses, la culpa no será del PRI, sino de ellos. Riquelme y su partido han mantenido la unidad y la disciplina. Así lograron lo que AMLO y Morena no pudieron: evitar fracturas para sortear una elección que hasta hace poco parecía ser de pronóstico reservado.