«Los indicios de que algo innombrable pasó en Allende son contundentes. Cuadras enteras, en algunas de las calles más transitadas del pueblo, yacen en ruinas. Mansiones que fueron ostentosas hoy son cascarones desmoronados, con enormes agujeros en las paredes, techos carbonizados, mostradores de mármol agrietados y columnas colapsadas. Esparcidos entre los escombros quedan los vestigios raídos y enlodados de vidas destrozadas: zapatos, invitaciones a bodas, medicamentos, televisores, juguetes». Así empieza la crónica de Ginger Thompson en ProPublica (agencia de noticias independiente con sede en Nueva York) copublicado con National Geographic en 12 de junio de 2017.
Anatomía de una masacre es el trabajo más completo y detallado de un suceso que apunta en múltiples direcciones, pero tiene una en común: el desprecio de las autoridades de México Estados y Unidos por la verdad y por las víctimas de una de las mayores atrocidades cometidas en nuestro país. Sin embargo, la atención que los Gobiernos sucesivos le han brindado no corresponde ni de lejos a la dimensión de la tragedia. Sicarios de Los Zetas «arrasaron Allende y pueblos aledaños como una inundación repentina: demolieron casas y comercios, secuestraron y mataron a decenas, posiblemente cientos, de hombres, mujeres y niños».
Ganadora del Premio Pulitzer en 2000, Ginger hace una observación pertinente: «(…) a diferencia de la mayoría de los lugares en México destrozados por la guerra contra las drogas, lo que pasó en Allende no se originó en México. Comenzó en Estados Unidos, cuando la Administración para el Control de Drogas (DEA) logró un triunfo inesperado. Un agente persuadió a un importante miembro de Los Zetas para que le entregara los números de identificación rastreables de los teléfonos celulares que pertenecían a dos de los capos más buscados del cartel, Miguel Ángel Treviño y su hermano Omar».
El error consistió en compartir la información con la policía mexicana. «Casi de inmediato, los Treviño se enteraron de que habían sido traicionados. Los hermanos planearon vengarse de los presuntos delatores, de sus familias y de cualquiera que tuviera un vínculo remoto con ellos. La atrocidad en Allende fue particularmente sorprendente, porque los Treviño no solo habían basado algunas de sus operaciones en las cercanías —con movimientos de decenas de millones de dólares en drogas y armas por la zona cada mes— sino que también habían hecho de su pueblo su casa», escribe Thompson. (La periodista dio a conocer las detenciones de los exsecretarios de la Defensa, Salvador
Cienfuegos, y de Seguridad Pública, Genaro García Luna, en EE. UU., antes que el Gobierno de México).
El siguiente testimonio es de Claudia Sánchez, madre de una de las víctimas:
«Cuando ellos (las autoridades del estado de Coahuila) me dieron la noticia, mi cuerpo quedó sin fuerzas. Me dijeron que Gerardo había sido llevado a un rancho y asesinado. Algo dentro de mí me dijo que era verdad. Aun así, pregunté: “¿Están seguros de que era él?” Me dijeron que un testigo les había dicho que entre las víctimas había una familia con tres niños, y uno de los niños era mi hijo. Me dijeron que había empezado a llorar. Llore y llore. Esto los estaba estresando, así que lo mataron. (…) Ahí sí perdí los estribos. ¿Cómo podía haber alguien que mata a un niño de 15 años, que está asustado y llorando?
»Los oficiales me preguntaron qué quería. Respondí que quería sus restos. Me dijeron que sería difícil, porque mi hijo fue incinerado junto a mucha otra gente. En su lugar, me trajeron cenizas y tierra del lugar donde murió. Les pregunté si podía ir allí. (…) Entonces nos llevaron con unas escoltas. Me llamó la atención lo cerca que estaba el lugar. Pensé: “Gerardo era tan fuerte que, si solo hubiera escapado y llegado hasta la carretera, podría fácilmente haber llegado a casa”».