A Groucho Marx se le atribuye la irónica frase: «La inteligencia militar es una contradicción en sus términos». Pero quizás una cita aún más pertinente para la reflexión de hoy es la del humanista Erasmo de Rotterdam, quien, a pesar de las distancias, encapsuló una verdad profundamente actual: «La paz más desfavorable es mejor que la guerra más justa».
La guerra es siempre una elección lamentable, y tristemente, el mundo ha adoptado una postura peligrosa al respecto. Estamos inmersos en una era de hostilidades que no se había presenciado desde el ocaso de la Guerra Fría. Lo alarmante es que esta vez viene acompañada de innovaciones en tácticas de guerra que resultan escalofriantes.
Los conflictos en Ucrania, Gaza y Sudán se han convertido en los principales focos de esta tragedia global. La invasión de Rusia a Ucrania no solo ha desatado una guerra devastadora en Europa del Este, sino que también ha redefinido las dinámicas geopolíticas, desencadenando sanciones, bloqueos energéticos y un resurgimiento de la carrera armamentista en Occidente. Los crímenes de guerra documentados, la destrucción de infraestructuras civiles y el sufrimiento humanitario en Ucrania revelan la brutalidad de un conflicto que no parece tener un fin cercano. Mientras tanto, Rusia, cada vez más aislada en el plano internacional, ha intensificado sus ataques, creando un ciclo interminable de violencia y destrucción.
Simultáneamente, en Oriente Medio, las tensiones entre Israel y sus vecinos, especialmente con los territorios palestinos de Gaza, han alcanzado niveles críticos. Los ataques aéreos y los bombardeos sobre Gaza, en respuesta a los lanzamientos de cohetes de grupos militantes, han dejado a la población civil atrapada en una espiral de violencia sin fin. La situación en la región se complica aún más con el papel de actores como Hezbolá y otros grupos que extienden la hostilidad hacia los territorios fronterizos del Líbano y Siria. La posibilidad de una guerra a gran escala en la región siempre parece estar al borde del estallido, con profundas implicaciones para la estabilidad global.
Entre 2021 y 2023, casi 600,000 personas han perdido la vida en guerras alrededor del mundo. Esta escalada de violencia no solo destruye vidas, sino que está alimentando la xenofobia y fortaleciendo el discurso de las extremas derechas, así como de ciertos sectores conservadores que no escapan a esta corriente. En particular, el flujo constante de refugiados de Ucrania y de las zonas afectadas por el conflicto en Medio Oriente ha incrementado las tensiones en Europa, alimentando discursos nacionalistas y antiinmigración.
El gasto global en Defensa ha aumentado un 7% por noveno año consecutivo, un reflejo claro de las prioridades actuales. Cada incremento en los presupuestos militares desvía fondos vitales de áreas esenciales como la salud, la educación y la lucha contra el cambio climático. Nos enfrentamos a una pregunta fundamental: ¿estamos dispuestos a sacrificar el bienestar global y la sostenibilidad en nombre de una continua espiral bélica?
La respuesta, lamentablemente, parece más incierta que nunca.