La reacción de la vicepresidenta ante unos manifestantes propalestinos demuestra cómo puede sacar provecho de los intentos de ponerla nerviosa.
Cuando los manifestantes interrumpieron por primera vez a la vicepresidenta Kamala Harris en un mitin en Detroit el miércoles por la noche, ella sonrió, con un suave correctivo: “Estoy hablando yo ahora”.
Pero como la interrupción continuó, su paciencia se agotó. “¿Saben qué?”, dijo Harris, con la repentina fuerza y resolución de un padre en el asiento del conductor que ya está harto. “Si quieren que gane Donald Trump, díganlo. Si no, hablo yo”.
Mientras el público rugía, Harris permaneció en silencio, con la mandíbula apretada y la mirada fija.
El enfrentamiento de Detroit fue el último recordatorio de cómo Harris ha sido capaz, con un estilo casi teatral, de convertir los esfuerzos por debilitarla y ponerla nerviosa en sus propias armas políticas.
También le molesta especialmente que la interrumpan.
Los espectadores pueden haber recordado su debate de 2020 con el entonces vicepresidente Mike Pence, cuando se opuso a sus repetidos intentos de interrumpir sus respuestas. Levantó la mano izquierda, con la palma hacia Pence en el otro lado del escenario. “Vicepresidente, estoy hablando yo. Estoy hablando yo”, dijo. Cuando volvió a suceder, le sonrió: “Vicepresidente, estoy hablando yo”.