En la ceremonia inaugural de la administración de José María Fraustro, Miguel Riquelme aprovechó el clamor de una porra destemplada, burda y futurista, como las acarreadas por los Moreira, para recordar que a su gobierno «todavía le quedan dos años». Entre los asistentes al Ateneo Fuente se encontraba el diputado Jericó Abramo Masso, quien acaba de dar otra vuelta de tuerca en su aspiración de ser gobernador. Ya no por el PRI, necesariamente, debido al trato hostil y al bloqueo de los mismos intereses que en la sucesión de 2017 le cerraron el paso. El exalcalde parece no estar dispuesto a esperar los tiempos canónicos mientras el favorito de la cúpula ejerce de vicegobernador y tiene varios años en campaña a ciencia y paciencia de las autoridades electorales. En los últimos procesos ocurrió lo mismo y cuando los «disciplinados» quisieron reaccionar, era demasiado tarde.
Para Abramo y los de su generación, esta puede ser la última llamada. No por razones de edad, sino de tiempo y circunstancia. Un partido agotado (PRI), otro que en tres años pasó de ocupar siete gubernaturas a 18 (Morena), uno más en crisis perpetua (PAN) y el avance de fuerzas emergentes (Movimiento Ciudadano) marcan el fin de los partidos tradicionales e incluso de la forma de hacer política. El mensaje disruptivo de Jericó responde a esa realidad. Algo para lo cual «el mejor PRI de México» no está preparado y pone en riesgo su permanencia en el Palacio de Gobierno, cuya sede ocupa desde 1929.
Tras el primer aviso de Jericó sobre su determinación de ser gobernador [«Abran paso que ahí va (Abramo) Masso (Espacio 4, 683)], vino un segundo: «Gané mi campaña electoral con más de 91 mil votos. Creo que del PRI fui el más votado en el país (…), no fuimos en alianza en mi estado (…). Me comprometí con la gente (a) que, independientemente del partido del que soy parte, yo tomaría decisiones equilibradas, aun le puedan gustar a mi partido o no» (Canal del Congreso).
El tono subió en un tercer mensaje, grabado por Jericó mientras conduce: «Quiero ser gobernador, le guste o no le guste a la cúpula y… voy a seguir trabajando (en ello). A mí los que me interesan son los ciudadanos (…). No les voy a fallar, no les estoy fallando. Vamos a seguir trabajando por Saltillo y por Coahuila. Ánimo». Las referencias de Abramo a sus 23 años de carrera «transparente y honesta», a su ascenso político «por la escalera; no me han dado todo fácil. Siempre me ha tocado ganarme cada espacio con dignidad, con sudor, con responsabilidad y con honestidad», tienen destinatarios obvios: la cúpula y su delfín.
Si a principios de este mes la elección del presidente de la Canacintra, cuyos candidatos recurrieron a los mismos tejemanejes de los partidos y exhibieron sus vínculos con el poder, alteró por unos días la paz porfiriana de Saltillo, el movimiento del diputado Abramo Masso sacudirá las estructuras políticas de Coahuila y tendrá efectos duraderos. El gregarismo ha sido siempre el peor enemigo del PRI, máxime ahora. Las crisis en este partido han surgido de dentro, por su cerrazón y falta de democracia, las cuales han devenido en pérdida de liderazgos, de electores y por último en derrotas. Si Abramo termina de cruzar el punto de no retorno y renuncia o es expulsado del PRI, la sucesión del gobernador del año próximo, hoy como en la bolsa, pasaría a ser de pronóstico reservado.