Hijo de una pianista y de un pintor, Jean Prouvé (1901-1984) heredó de sus progenitores el arte de trabajar con las manos. Y nunca lo abandonó. Con ellas se dedicó a todas las escalas del diseño y la construcción: desde objetos como un abrecartas, hasta marcos para puertas y ventanas; desde iluminación y mobiliario, hasta elementos de fachada y casas prefabricadas; desde sistemas de construcción modular, hasta grandes estructuras de exposición. No fue arquitecto, pero lo buscaban aquellos que estaban escribiendo la historia de la arquitectura en el siglo XX. Él la escribiría con ellos.
Prouvé se formó como herrero y lo fue pero, dotado como estaba de una comprensión innata del espacio, visión para el diseño y un profundo conocimiento de los materiales, enseguida entró en contacto con un selecto grupo de arquitectos, entre los que se encontraban Robert Mallet-Stevens o Le Corbusier, quien le apodaba “el ingeniero” y el “divino hojalatero”. Con ellos fundó en 1930 la Union des Artistes Modernes, un grupo de arquitectos y diseñadores empeñados en unir arte y producción industrial. Este fue el marco donde aparecieron las primeras piezas de mobiliario de Jean Prouvé, que seis años antes había fundado en Nancy (Francia) su primer taller y que en 1931 pasó a llamarse Ateliers Jean Prouvé. De allí salió buena parte del mobiliario que hoy se ha convertido en icono del diseño contemporáneo.
LA VIDA (CONSTRUCTIVA) SIGUE
En paralelo a la fabricación de muebles, Prouvé seguía con su exitosa y trepidante carrera constructiva. En 1947 dejó atrás los Atelier y creó su propia fábrica que, debido a desacuerdos con los accionistas mayoritarios, tuvo que abandonar en 1953. Un gran revés. Pero la naturaleza optimista de Prouvé le plantó cara. Esa década será la de los grandes proyectos como los mencionados edificios para la universidad de Nancy; su propia casa en esa ciudad, un ejercicio de reciclaje que levantó con sus propias manos, la implicación de su familia y piezas sobrantes de otros proyectos; el pabellón del centenario del Aluminio, uno de los edificios de su completa autoría enteramente desmontable; o la nave de bebidas en Evian les Bains.
En las décadas que vendrían Prouvé trabajó como ingeniero asesor en varios proyectos de construcción decisivos en París y participó en obras emblemáticas como la torre de La Defensa de Mailly y Depussé, o la sede de la Unesco en París, de Bernard Zehrfuss.
Los últimos años fueron también los de los reconocimientos y nombramientos. A principios de los 70, volvió a dejar su huella indeleble en la historia de la arquitectura, al desempeñar un papel clave en la selección del diseño de Renzo Piano y Richard Rogers para el Centro Pompidou, como presidente del jurado de la comisión. En 1981 recibió el premio Erasmo y al año siguiente el gran premio de Arquitectura de la Ciudad de París. El herrero Jean Prouvé, el ingeniero, el constructor, el arquitecto que nunca lo fue, murió en marzo de 1984, a los 82 años en Nancy.