Palestina creía haberlo visto todo, pero el gobierno extremista liderado por Netanyahu nos sitúa ante una coyuntura excepcional de la que no cabe esperar nada bueno
Israel acaba de celebrar sus primeros 75 años de existencia como Estado ubicado en la Palestina histórica en la que la ONU, con el claro respaldo británico, le concedió poner en marcha el proyecto sionista de crear un hogar nacional judío después de siglos de diáspora. El mismo objetivo al que, décadas después, siguen aspirando también los palestinos.
Son, y no por casualidad, los mismos 75 años que han transcurrido desde la ‘Nakba’, la catástrofe nada natural que sufrieron los palestinos a manos de los que de inmediato aprovecharon las circunstancias a su favor para materializar su sueño político, aunque fuera a costa de arruinar otro similar que tenían los que mayoritariamente habitaban Palestina en aquel momento –en una relación de 70 a 30, favorable a los palestinos–.
Después de seis guerras, dos intifadas e innumerables episodios de violencia diaria y violaciones del derecho internacional y de los derechos humanos, Palestina creía haberlo visto todo. Pero la formación del nuevo gabinete ministerial israelí el pasado diciembre, liderado otra vez por Benjamin Netanyahu, nos ha situado ante una coyuntura excepcional de la que desgraciadamente, como acaba de ejemplificar el balance cosechado durante el reciente ramadán, no cabe esperar nada bueno.