Las manifestaciones contra el «Plan B» electoral se dieron en el contexto del juicio al exsecretario de Seguridad Pública, Genaro García Luna, declarado culpable de narcotráfico y otros delitos por un jurado del Tribunal Federal del Distrito Este de Nueva York. En el mismo entorno, Felipe Calderón, exjefe del zar antidroga mexicano, propuso fundar un nuevo partido para afrontar a la «dictadura populista». El expresidente propone «resucitar» a los partidos expulsados del poder (PRI-PAN) desde la sociedad, cuando fue ella quien los sepultó. Los políticos recurren a la ciudadanía cuando tienen el agua a la garganta o se han echado la soga al cuello. Después se olvidan de ella.
Calderón finge ignorar que ese partido ya existe y él contribuyó en su creación: es el PRIAN y el PRD en calidad de paje. La sociedad entre los partidos fundados por Plutarco Elías Calles y Manuel Gómez Morín inició en el Gobierno de Carlos Salinas de Gortari. Acción Nacional legitimó el fraude de 1988 y desde entonces los antiguos antagonistas unieron intereses para alternarse el poder y cerrarle el paso a la izquierda representada en un primer momento por Cuauhtémoc Cárdenas y más tarde por Andrés Manuel López Obrador. Sin la complicidad del PRI, Calderón no habría sido presidente. Y sin el PAN, Peña Nieto tampoco habría asumido la presidencia. El intercambio de favores tuvo una alta cuota de impunidad.
Después del general Lázaro Cárdenas, la regla de que los expresidentes no intervenían en política se rompió con la llegada al poder de AMLO. Hablar de un pacto con Peña carece de fundamento, pues el priista no tenía nada que ofrecer. Los tratos los fuerzan elecciones fraudulentas o inequitativas como las de Salinas, Calderón y Peña. López Obrador obtuvo legitimidad con una votación sin precedente. El fantasma de García Luna estuvo presente en la marcha en favor del INE, pero no la opacó. Los partidos fueron exhibidos por su incapacidad para gobernar y la corrupción desbocada de los tres últimos sexenios.
El expresidente Calderón tampoco inventa la pólvora cuando advierte que el futuro de los partidos depende de la ciudadanía, pues ningunas siglas ganan una elección por sí solas. Calderón y su esposa Margarita Zavala contribuyeron al derrumbe del PAN. La ruptura con el partido que los encumbró la provocó la soberbia y el ansia de poder. Además, le restaron votos a Ricardo Anaya —principal opositor de AMLO en las elecciones presidenciales de 2018—, quien utilizó el cargo como líder de Acción Nacional para imponer candidatura. Al mismo ardid recurrió el priista Roberto Madrazo en 2012 con idénticos resultados: una derrota aplastante.
La crisis de autoridad y liderazgo es tal que cualquier opositor de López Obrador, sin importar sus méritos y antecedentes, se convierte en potencial salvador de la patria. Hoy es Calderón, quien nombró y sostuvo a García Luna en la Secretaría de Seguridad Pública a pesar de las sospechas y denuncias por su relación con el narcotráfico y las acusaciones de enriquecimiento. Inspirado en el expresidente de Colombia, Álvaro Uribe, con quien comparte la vena autoritaria, Calderón pretende convertirse en la figura que determine el rumbo del país. Sin embargo, a ambos políticos se debe, en parte, el ascenso de la izquierda a la presidencia: AMLO en México y Gustavo Petro en Colombia, cuyas políticas reformistas han levantado ámpula entre el conservadurismo y sus aliados.