En el libro “Infocracia”, Byung-Chul Han nos habla de la crisis de la democracia, alimentada en gran medida por el avance de la digitalización. Precisamente, al empezar a escribir este artículo, recibí una fake new que decía: “falleció el expapa Benedicto XVI”. A los pocos minutos la siguiente noticia, en la cuenta de Twitter de Agustín Antonetti: “es falsa la noticia de la muerte de Benedicto XVI. Es una cuenta falsa, manejada por Tommasso Debenedetti, el mismo que hace unos meses, inventó que había muerto Mario Vargas Llosa”, y luego de unos segundos Antonetti reclamó que cómo era posible que los mismos medios hubieran caído en esa jugada, y agregaba: “lo peor, los mismos medios que volvieron a caer son medios grandes y verificados, todos de México… A ninguno de estos medios se le ocurrió checar si era verdad o no, eso es preocupante”.
De esas situaciones que se dan en las guerras de información que padecemos, con balas y misiles de noticias falsas, posibilitado por las redes digitales, que permiten difundir información al instante a grandes distancias, es de lo que trata Byung-Chul en su pequeño texto. También, del impacto que esas guerras de desinformación provocan en el colectivo social y, particularmente en las campañas electorales influyendo negativamente en la formación de la opinión pública.
Como dice Byung, el celular está demostrando ser un eficaz informante, que nos somete a una vigilancia constante. Y precisa que el “régimen de la información”, es la forma de dominio en la que la información y su procesamiento, mediante algoritmos e inteligencia artificial determinan de modo decisivo los procesos sociales, económicos y políticos de hoy. Esto es, a través de un celular, la información y los mensajes que recibimos modelan nuestras vidas. De esta manera, la tiranía informática se apodera de la psique del que opera un teléfono móvil, en la medida en que más intensamente se comunica para ser el que más likes da. Esa persona, solita se expone, sin que nadie la obligue, por un impulso interior. Una especie de fuerza interior que se produce a sí misma, sin ser consciente de ello.
En palabras de Byung-Chul, la tiranía informática explota la libertad de la persona, no intenta suprimirla. El sujeto del régimen de la información no es dócil ni obediente. Pero se cree libre, auténtico y creativo. Dice que las redes de comunicación social son como una Iglesia: el like es el amén. Compartir es la comunión. El consumo es la redención. Y todo lo hace posible la pantalla táctil inteligente, que engendra que todo esté disponible y sea consumible.
Las redes digitales ponen fin a la era del hombre-masa, que no era “nadie”, el de las sociedades estructuradas, pero ahora el hombre del mundo digitalizado es alguien con un perfil, antes sólo los delincuentes tenían un perfil. El régimen de la información se apodera de nosotros, construye nuestros perfiles a partir de los datos que les compartimos en las redes sociales, pues permanentemente estamos subiendo información de nuestra vida privada. Datos que nadie nos solicita, por nuestra propia voluntad los compartimos y con esa información, a través de la inteligencia artificial conforman nuestros perfiles de comportamiento. Nos conocen mejor que nosotros mismos. Porque día a día estamos exhibiendo en las redes sociales nuestro inconsciente digital. Hoy, el monarca es el que manda sobre la información en la red, no el que gobierna desde una posición política, sino el que mejor usa los medios digitales, aprovechando que los medios de comunicación electrónicos destruyen el discurso racional determinado por la cultura del libro. Como lo remata Byung-Chul Han, producen una “mediocracia”, y en ella la política se somete a la lógica de los medios digitales de masas.
Y agrega que el frenesí informativo, que ahora adopta formas adictivas y compulsivas, nos atrapa en una nueva inmadurez. La fórmula de sometimiento del régimen de la información es: comuniquémonos hasta morir. Y la información tiene un intervalo de actualidad muy reducido, además el celular es un dispositivo de registro psicométrico, que alimentamos con datos hora tras hora y calcula, con precisión, la personalidad de su usuario. La red digital creó las condiciones para las distorsiones informáticas. La información corre más que la verdad, y no puede ser alcanzada por esta.