Daniel Cosío Villegas (1898-1976) plasmó en sus libros algunas de las fotografías más fieles del régimen posrevolucionario. En El estilo personal de gobernar (1974) lo caracteriza como «monarquía absoluta, sexenal y hereditaria por línea transversal». El sistema superó crisis, deserciones, desavenencias y protestas ciudadanas por la represión y la falta de democracia. En la elección presidencial de 1940 y en el movimiento estudiantil de 1968 se le pasó la mano. La silla del águila se heredaba a quien garantizaba el continuismo y la tranquilidad del monarca que abdicaba muy a su pesar.
Salvadas las apariencias, cumplido el ritual sucesorio —la faramalla del tapado, el dedazo y la cargada— y las no menos artificiosas votaciones, el elegido se guardaba durante meses para no herir la susceptibilidad del soberano a quien debía su ascenso al trono. La transmisión de la banda presidencial declaraba muerto al rey, cuyo futuro era un retiro dorado. Así podría disfrutar de la riqueza acumulada en seis años, pensiones jugosas y privilegios pagados por el erario. Eran intocables. En México ningún expresidente ha sido destituido o procesado por delitos de corrupción o crímenes de otra índole, como sí pasa en Estados Unidos, Brasil y Perú.
A partir de Lázaro Cárdenas, quien exilió a Plutarco Elías Calles, los inquilinos de Los Pinos se sacudieron la influencia de sus predecesores tan pronto fueron investidos. López Portillo envió a Echeverría al otro lado del mundo para evitar injerencias y poner fin a las murmuraciones sobre una presidencia bicéfala. Más severo que el general Cárdenas, Ernesto Zedillo encarceló a Raúl Salinas de Gortari por enriquecimiento ilícito y la autoría intelectual del asesinato de su excuñado José Francisco Ruiz Massieu, el número dos del PRI en ese momento. Carlos Salinas se rasgó las vestiduras y montó una huelga de hambre en un barrio pobre de Monterrey. Después del ridículo cruzó el Atlántico y se exilió en Irlanda.
La monarquía hereditaria terminó con la alternancia. Vicente Fox quiso reinstaurarla con su esposa Martha Sahagún o con su delfín Santiago Creel. Felipe Calderón tampoco pudo nombrar sucesor. Josefina Vázquez Mota no era su candidata, y la cúpula del PAN la traicionó. Lo mismo le ocurrió a José Antonio Meade, último candidato del PRI a la presidencia, quien pagó en las urnas los pecados de Enrique Peña Nieto. Ajeno a la corte, Andrés Manuel López Obrador destronó al PRIAN con votos y con la fuerza un movimiento social (Morena) que invirtió la pirámide del poder.
La 4T debe su éxito a múltiples factores. El debilitamiento del Estado frente a la oligarquía y los grupos de interés, jugó a su favor. Karl Marx advertía, desde mediados del siglo XIX: «Hoy, el poder público viene a ser, pura y simplemente, el consejo de administración que rige los intereses colectivos de la clase burguesa». AMLO utilizó el concepto en su toma de posesión: «El poder político y el poder económico se han alimentado y nutrido mutuamente y se ha implementado como modus operandi el robo de los bienes del pueblo y de las riquezas de la nación». En el periodo neoliberal, denunció, se privatizaron tierras ejidales, bosques, playas (…) la industria eléctrica y el petróleo. «Privatización ha sido en México sinónimo de corrupción». Altos Hornos de México, en Coahuila, es un ejemplo irrefutable del capitalismo de compadres, cuyo principal promotor, y acaso también beneficiario, fue Salinas de Gortari.