Las divisiones y el protagonismo pasaron factura al PAN, pero más daño le causa haber perdido su espíritu de lucha, su vocación democrática y su esencia opositora. La adicción al presupuesto, el conformismo y la avidez por los negocios profundizaron la crisis. La mayoría de los tránsfugas atraídos durante los Gobiernos de Rubén Moreira y Miguel Riquelme, ocupan cargos menores en la burocracia estatal. La empleomanía hizo olvidar a los mediocres y a quienes lucran con el apellido que la tarea de su partido no es de un día, sino «brega de eternidad». Así lo advirtió Manuel Gómez Morín, fundador del PAN y de instituciones como el Banco de México. Para el exrector de la UNAM, «las ideas y los valores del alma eran las únicas armas del PAN, pero también las mejores». La máxima ha sido olvidada por oportunistas disfrazados de pragmáticos.
La época en la cual pocos querían ser candidatos del PAN se vuelve a repetir. Si antes era porque afrontar a la «dictadura perfecta» equivalía a sacrificio inútil, hoy es porque las cúpulas perdieron la confianza de los votantes. El pesimismo campea desde 2017. Guillermo Anaya perdió en proceso viciado. Sin embargo, las vanidades y las traiciones también influyeron en el resultado. Después vino la debacle: en 2021, el PAN no ganó un solo distrito y en 2022 perdió la alcaldías de Torreón y San Pedro. La alianza con el PRI se tejió en la legislatura anterior cuando, en vez de abrir los expedientes de la megadeuda, sus diputados aprobaron nuevas reestructuras y cuanta iniciativa presentó el ejecutivo.
El poder ensoberbeció a los líderes panistas cuando Vicente Fox ganó la presidencia hace 23 años. En Coahuila se repartieron las delegaciones federales y se crearon estructuras electorales basadas en el clientelismo político como siempre lo hizo el PRI y ahora también Morena. El padrón de los programas sociales se utilizó para inflar la membresía del partido, manipular asambleas y asignar candidaturas sin tomar en cuenta trayectorias. De esa manera, Luis Fernando Salazar, apoyado por Anaya, le arrebató a Jorge Zermeño la postulación para senador en 2012. Salazar quiso ser gobernador por el PAN y luego por Morena, donde milita desde que López Obrador obtuvo la presidencia.
Los dirigentes del PAN aceptaron a regañadientes la coalición con el PRI para las elecciones de gobernador del 4 de junio. A quienes he preguntado sobre el bandazo, se encogen de hombros. Más que ser la tabla de salvación para Manolo Jiménez, el dinosaurio lo es para un PAN desmoralizado y a la deriva.
Los caciques panistas guardan las apariencias, pero la militancia y los votantes de ese partido no ocultan su enfado. ¿Con qué ánimo cruzar unas siglas que se confunden con las de su enemigo histórico? La clases medias y altas se ha corrido al PRI, no por ser mejor, sino porque aprovecha la coyuntura y no se rinde.
El argumento del PAN para aliarse con el PRI —evitar que Morena gane la gubernatura— oculta la causa real de una sociedad aberrante: su incapacidad para reinventarse y reconquistar la confianza ciudadana. En sólo seis años, el partido del presidente Andrés Manuel López Obrador lo superó en votos y se convirtió en la segunda fuerza electoral del estado. Morena está rezagado en la carrera por la gubernatura, pero no está eliminado. Un acuerdo con el PT y su candidato Ricardo Mejía cerraría la competencia y crearía condiciones para la alternancia. En cualquier caso, el perdedor será el PAN, relegado a un tercer o cuarto plano. El partido que en 2017 estuvo a punto de hacer historia, hoy es un fantasma.