Si bien en América Latina la comunidad LGTBI ha logrado éxitos jurídicos por el reconocimiento de sus derechos, el odio hacia la diversidad sexual sigue cobrando víctimas todos los días, en todos los países.
Sergio Urrego era un estudiante colombiano de 16 años y lleno de planes para el futuro. Pero debido a su condición homosexual, él y su familia sufrieron tal persecución por las autoridades de su colegio, que el 4 de agosto del 2014 prefirió lanzarse desde el techo de un edificio para ponerle fin a su tormento. Un beso en público a su novio, resultado de un reto de sus compañeras de clase, bastaron para que toda una cadena de agravios empujara a la muerte a este joven.
El caso Urrego se convirtió en Colombia en un símbolo de cómo la discriminación sexual puede arrastrar a jóvenes al suicidio, pero también de que si la sociedad y las autoridades hacen respetar la igualdad escrita en las leyes, se puede convivir respetando las libertades individuales. La Corte Constitucional de Colombia sancionó a las directivas del colegio por “desconocer los derechos fundamentales del joven homosexual” y las conminó a celebrar un acto público de desagravio.
Víctimas del odio
“Lamentablemente, casos de discriminación por la condición de homosexual se presentan en todos los ámbitos y países de América Latina”, dice a DW Gustavo Pérez, antropólogo de la ONG Colombia Diversa, que lucha por los derechos humanos y civiles de la comunidad LGTBI.
¿Podría suceder en algún país de América Latina una masacre como la de Orlando? “En todos los países de América Latina se discrimina, acosa, persigue y mata a miembros de la comunidad LGTBI todos los días, solo que no aparecen registrados como crímenes de odio y, a menudo, las autoridades los presentan como crimenes comunes”, responde Pérez, experto en derechos humanos de Colombia Diversa. Y agrega que “lo característico de la masacre en Orlando es el acto individual del asesino, mientras en Colombia u otros países que han tenido conflictos armados, por lo general, han sido los grupos armados al margen de la ley, como los paramilitares y las guerrillas, los mayores perseguidores de los miembros de la comunidad LBTGI”.
Que también en América Latina la combinación de homofobia y armas puede degenerar en un crimen de odio lo demuestra el asesinato en Chile, el pasado 19 de febrero, de Mauricio Lepe, un joven transformista de 20 años, asesinado a tiros por la espalda, ante los ojos de su madre. Un crimen de odio que se creía imposible después de la conmoción internacional provocada por el asesinato de Daniel Zamudio, en 2012, a manos de un grupo de neonazis.
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