México y Colombia comparten la historia de terror y violencia causada por el trinomio corrupción-narcotráfico-violencia. La experiencia en la patria del Nobel de Literatura Gabriel García Márquez, quien aborda el tema en el libro Noticia de un secuestro (1996), ha sido más traumática. Las alarmas sobre la «colombianización» de nuestro país, encendidas hace al menos 25 años, fueron olímpicamente ignoradas. La clase política estaba ensimismada y la sociedad creía sin chistar el cuento de la «pax» narca. Cuando las ráfagas rompieron el encanto, el monstruo ya lo había invadido todo. El término moderno para advertir del riesgo de ser devorados por la hidra es «mexicanizar».
La palabra la utilizó el papa Francisco en febrero de 2015 en un mensaje privado dirigido al diputado Gustavo Vera, titular de la organización La Alameda. La ONG se dedica a combatir la trata de personas, el trabajo esclavo, la explotación infantil, la prostitución y el tráfico de drogas. «Ojalá estemos a tiempo de evitar la mexicanización de Argentina —dice el pontífice—. Estuve hablando con algunos obispos mexicanos y la cosa es de terror» a causa del narcotráfico. José Antonio Meade, entonces secretario de Relaciones Exteriores y futuro candidato del PRI a la presidencia, se entrevistó con el nuncio apostólico en México, Christopher Pierre, para transmitirle el disgusto del Gobierno de Peña Nieto.
El papa aclaró el asunto en una entrevista con Televisa, difundida el 12 de febrero de 2016. La expresión «levantó pólvora», admitió, mas no fue para estigmatizar, pues (mexicanizar) «es un término, permítaseme la palabra, técnico. No tiene nada que ver ya con la dignidad de México». «El 90% del pueblo mexicano no se sintió ofendido por eso», declaró el pontífice con base en encuestas periodísticas recibidas de nuestro país. Francisco interpreta el fenómeno como un castigo del maligno por la fe del pueblo. «(…) creo que el diablo le pasó la boleta histórica a México, ¿no? Y por eso todas estas cosas, usted ve que en la historia siempre han aparecido focos de conflicto grave, ¿no? ¿Quién tiene la culpa? ¿El Gobierno? Esa es la solución, la respuesta, más superficial». (CNN, 13.03.15). La situación exige a los mexicanos arrimar el hombro. «Es difícil denunciar a un narcotraficante, porque le va la vida a uno… (pero) echarle la culpa a un solo actor es infantil».
Cinco meses después, el líder del cartel de Sinaloa, Joaquín «El Chapo» Guzmán, escapó del penal de máxima seguridad de «El Altiplano». Presionado por Estados Unidos, entonces bajo la presidencia de Barack Obama, el Gobierno de Peña recapturó a Guzmán el 8 de enero de 2016 en un operativo a cargo de la Marina. El 17 de julio de 2019, un jurado de Nueva York condenó al capo a cadena perpetua. En septiembre pasado, el Gobierno de Andrés Manuel López Obrador entregó a Estados Unidos a Ovidio Guzmán, hijo del Chapo, para ser juzgado por narcotráfico (fentanilo). El fiscal Merrick Garland anticipó que habrá nuevas capturas y extradiciones de jefes de la misma organización (Forbes, 26.09.23).
El Ejército ya había detenido al hijo del Chapo, en octubre de 2019, en medio de enfrentamientos con grupos de sicarios, pero recibió la orden de liberarlo con el argumento de «proteger la vida de personas» inocentes. El presidente justificó la extradición de Ovidio Guzmán, sin dejar de criticar la actitud de los vecinos: «Todos los políticos allá hablan de drogas, fentanilo y culpando a México. Es parte de la estrategia politiquera que se aplica queriendo engañar a los estadounidenses. Esto ya no funciona. Lo mismo con lo migratorio, siempre es voltear a México, culpar a México» (The New York Times, 05.01.23).