La prueba de fuego del presidente Andrés Manuel López Obrador será el 2 de junio. Ese día los mexicanos elegirán, junto con su sucesora, el proyecto de nación para el futuro. Se trata, en tal sentido, de una elección plebiscitaria: continuar con la 4T o explorar un plan alternativo por ahora indefinido. El listado nominal lo integran 99 millones de ciudadanos, pero la decisión de entregar el mando político del país a Claudia Sheinbaum o a Xóchitl Gálvez corresponderá, como ocurre cada seis años, solo a quienes acudan a las urnas. La orientación del voto dependerá en gran medida de la comprensión, apoyo y defensa de cada proyecto, y de los intereses respectivos, no de su denostación.
La normalización de la guerra sucia no solo vulnera y degrada la democracia, la cual, advierten quienes se arrogan el título de custodios, está en «riesgo»; también crispa los ánimos y conduce a la violencia. En ese contexto, las acciones contra la candidata de la coalición «Sigamos Haciendo Historia», Claudia Sheinbaum, lejos de perjudicarla podrían surtir el efecto contrario. Primero porque la victimizan; segundo porque confirman la debilidad del frente opositor; y tercero porque desalienta la concurrencia a las casillas. El abstencionismo juega en favor de la favorita para ganar la presidencia. Morena tiene además el acicate de demostrar su fuerza real como partido en el poder.
El triunfo del Movimiento de Regeneración Nacional, en 2018, fue rotundo debido a múltiples factores: el hartazgo de la clase gobernante y de un sistema caduco, la corrupción y la impunidad, de un lado; y de otro, el liderazgo y carisma de López Obrador. Las condiciones son ahora distintas. Morena y su caudillo llegarán a las urnas con el desgaste propio del ejercicio del poder: Gobiernos incompetentes en los estados y municipios e incumplimiento de las metas de la 4T, sobre todo en seguridad, salud, educación y crecimiento económico. La administración de AMLO, como pocas, se ha visto asediada por los grupos de presión afectados por las reformas emprendidas en los cinco últimos años, pero también como resultado de la iracundia y el carácter confrontativo del presidente.
Morena, sin embargo, tiene ventajas con las cuales antes no contaba: presupuesto, dominio territorial y un presidente que a pesar de los déficits y deficiencias de su Gobierno conserva altos niveles de aprobación. Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto significaron un lastre para sus respectivos partidos, según se vio en las sucesiones previas. El PRI y el PAN tampoco no son los mismos de 2018, cuando compartían el poder y representaban la misma corriente ideológica e idénticos intereses. La alianza de las organizaciones más longevas del país, en otro tiempo enemigas a ultranza, puede restarle votos a Xóchitl Gálvez en lugar sumárselos.
López Obrador encaja en la calificación de Bismarck según la cual «El político piensa en la próxima elección; el estadista, en la próxima generación. Estratega electoral por antonomasia, AMLO se propone lograr lo que Carlos Salinas, Fox, Calderón y Peña Nieto no pudieron: dejar sucesor —en su caso a una mujer—. Salinas fracasó porque Luis Donaldo Colosio se deslindó antes de tiempo y su asesinato instaló en la presidencia a Ernesto Zedillo, su némesis. Y los demás, por lo desastroso de sus Gobiernos y la pérdida de confianza de los mexicanos. A Sheinbaum la cobija la 4T con sus aciertos y pifias. Gálvez carga con las siglas de los partidos que, al hundir al país, le abrieron a Morena las puertas de Palacio Nacional.