Las campañas presidenciales empezaron formalmente este 1 de marzo, pero Claudia Sheinbaum (Morena) y Xóchitl Gálvez (PAN) lo están desde el 20 de noviembre. Entrar de relevo de Samuel García (Movimiento Ciudadano) rezagó a Jorge Álvarez, cuyas posibilidades de ganar, de cualquier manera, son nulas. Sin embargo, ser el único varón en la contienda, el más joven de la terna y representar a un partido que separadamente gobierna más población que el PRI y el PAN, puede redituarle una mayor votación. El frente opositor y la oligarquía, regenteados por Claudio X. González, lo saben y por ello coaccionaron a MC para unirse a la candidatura de Gálvez; y al no lograrlo, acusaron a su líder (Dante Delgado) de traidor.
Para terminar con la simulación de campañas que en teoría no lo son y de autoridades que emplean la táctica de avestruz para evadir su responsabilidad, es preciso actualizar la Ley General de Instituciones y Procedimientos Electorales. En Estados Unidos el mecanismo para nombrar presidente inicia casi dos años antes de las votaciones y los aspirantes pueden expresarse con entera libertad, uno de los valores de la democracia junto con el de opinión. En ese lapso y durante las primarias los pretendientes más débiles abandonan la carrera y los finalistas de los partidos Demócrata y Republicano se enfrascan en una lucha implacable por la Casa Blanca, máxime después de la irrupción de Donald Trump en la arena política.
En México sucede lo mismo. Andrés Manuel López Obrador, como Trump en su país, llegó al poder por el agotamiento de un bipartidismo anquilosado, representado aquí por el PRI y el PAN, los cuales, al final, terminaron por confundirse y representar intereses ajenos e incluso contrarios a los de la mayoría. Huérfano de liderazgos y vacío contenido, el PRD se evaporó. Morena surge en ese contexto. Su ascenso a la presidencia, cuatro años después de ser reconocido como partido por el INE, crispó a las élites y a las burocracias partidistas a su servicio. El Gobierno de AMLO adolece de los vicios inherentes al ejercicio del poder, algunos de ellos agravados y otros fabricados por la prensa extranjera, pero no al grado de descarrilar su proyecto transformador.
La rivalidad por la presidencia trasciende a Sheinbaum y a Gálvez. El antagonismo real es entre dos proyectos de nación y dos bloques claramente definidos. El de Morena-PT-Partido Verde representa la continuidad de la 4T y el afianzamiento de una corriente política como las hay en otros países (el kennedismo, en su tiempo, y ahora el trumpismo, dentro y fuera de Estados Unidos); y el del PAN-PRI-PRD, el regreso a un modelo implantado desde el Gobierno de Carlos Salinas de Gortari. Atizadas por el odio y la calumnia, estas campañas serán las más enconadas desde la alternancia. La Asociación Estadounidense de Psicología, de Estados Unidos, revela que más del 50% de la población de ese país se estresa cuando hay elecciones presidenciales.
El estadista alemán Otto von Bismarck (1815-1898), conocido como el Canciller de Hierro, tiene, a propósito del momento que vive el país, un axioma esclarecedor: «Nunca se miente tanto como antes de las elecciones, durante la guerra y después de la cacería». Los electores deben tomarlo en cuenta, pues las campañas estarán plagadas de trampas y soflamas para confundir e infundir temor. Con respecto a las presidenciables y a sus equipos, hay otro aforismo del estadista germano, el cual, sin duda, será olímpicamente ignorado: «Hasta en una declaración de guerra deben respetarse las reglas de la cortesía». Y para rematar, una máxima del autor de El príncipe y el mendigo, Mark Twain: «Vota a aquel que prometa menos. Será el que menos te decepcione». Las elecciones deben tomarse con calma, votar responsablemente y no hacer caso de arterías, cualquiera que sea su origen y su destinatario. «La verdad triunfa por sí misma. La mentira necesita siempre complicidad» (Epicteto).