El giro hacia los Gobiernos populistas responde al fracaso del neoliberalismo, a la corrupción galopante de las élites políticas, financieras y mediáticas y a los efectos de la globalización la cual castiga a los pobres. Para evitar el ascenso de Andrés Manuel López Obrador a la presidencia, y quizá acicateado por la derecha y los grupos de poder, Enrique Peña Nieto pretendió asustar a los mexicanos y a otros países con el fantasma del populismo, sin entender su significado. El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, se lo aclaró ante la prensa y el primer ministro de Canadá, Justin Trudeau.
Obama, Bill Clinton y otros presidentes demócratas fueron acusados de populistas por sus políticas en favor de los necesitados y de las minorías raciales. La reforma sanitaria de Obama de 2009, que obliga a las empresas a asegurar a sus trabajadores y que Donald Trump trató de nulificar, marcó un hito histórico. El primer mandatario afroamericano desafió a Wall Street por la crisis económica de 2007-2008, la peor desde la Gran Depresión de 1929, causada por la irresponsabilidad de los bancos y la negligencia de los regulares financieros.
Peña Nieto participó en la Cumbre de Líderes de América del Norte 2016 «cansado, ojeroso y sin ilusiones», pues él y su Gobierno ya estaban desahuciados, mientras López Obrador se perfilaba para ganar la presidencia. Con todo y eso, lanzó un bumerán: «En este mundo, hoy se presentan en distintas partes actores políticos, liderazgos políticos, que asumen posiciones populistas y demagógicas. Esos liderazgos o esos actores políticos, recurriendo al populismo y a la demagogia vendieran (sic) en respuestas muy fáciles las eventuales soluciones a los problemas que enfrenta el mundo de hoy».
El presidente que en campaña no pudo citar tres de sus lecturas tutelares y que plagió parte de su tesis, hablaba frente a un Juris doctor por la Universidad de Harvard, premio Nobel de la Paz (2009) y autor de libros como La audacia de la esperanza. Obama replicó al cachorro de Atlacomulco. «Lo he escuchado en varias preguntas y es la cuestión del populismo. Quizás algo podría rápidamente ver en un diccionario sobre lo que significa ese término. Yo no estoy, sin embargo, preparado en conceder esta idea de que parte de la retórica que hemos escuchado es populista. (…)
»Se podría decir que yo soy un populista, pero otra persona que nunca ha demostrado preocupación por los trabajadores, que nunca ha luchado en cuestiones de justicia social o (en) asegurarse que los niños pobres tengan una oportunidad o que reciban atención médica y que de hecho han trabajado en contra de la oportunidad económica para los trabajadores y las personas ordinarias, ellos no se transforman de la mañana a la noche en populistas porque dicen algo controvertido simplemente para obtener más votos. Eso no es una medición de lo que es ser populista, eso es ser nativo o xenofobia, quizás. O aún peor, es ser un cínico».
Peña, quien gobernó para las élites, se encogió de hombros. Para Obama, «el mayor desafío de nuestro tiempo» es la desigualdad económica. «Cuando vemos a gente, las élites globales, multinacionales ricas aparentemente viviendo con otro tipo de reglas, evitando impuestos (…) esto alimenta un profundo sentido de injusticia» (El País, 17.11.16). Ese es uno de los sentimientos que llevan al populismo. Hoy la mayoría de los países de América Latina tienen presidentes de ese tipo. Y como Obama, sienten la furia de las oligarquías y de los partidos a su servicio.