El estilo de vida en la ciudad es cada vez más acelerado debido a la cantidad de actividades que se realizan y a las que están expuestos los ciudadanos. La rutina laboral condiciona los hábitos alimentarios y de consumo en general.
La vida en la ciudad es ambivalente: brinda múltiples beneficios, desde oportunidades laborales hasta acceso a múltiples servicios pero, también, condiciona a seguir un ritmo acelerado para cumplir con extensas jornadas de trabajo y la competencia que se genera ante la gran demanda de trabajo.
La concentración de personas conlleva a cierta incomodidad y desequilibrio. A pesar de que la ciudad funciona de manera coordinada, es inevitable evitar momentos de gran concentración de personas, como los horarios pico de ida y de vuelta al trabajo, una manifestación, un evento que convoca a miles de personas, entre otros.
Los ciudadanos suelen destinar la mayor parte del día al trabajo, por lo que el resto del tiempo prefieren disfrutar y distenderse en lugar de seguir realizando tareas en el hogar. Suelen preferir actividades recreativas o deportivas, y por eso contratan empleados que se ocupan de las tareas domésticas o del cuidado de los hijos y así delegan actividades que les generan más gastos por lo que deben trabajar aún más tiempo.
Todos los hábitos que adoptan las personas en la ciudad impactan en su vida emocional y en su salud. Es importante aprender a adaptarse al entorno y a saber elegir y adquirir buenos hábitos, como una alimentación más consciente en lugar de la comida rápida y más actividades físicas y recreativas para compensar las extensas jornadas laborales.