Si el juego es la producción o la eficiencia económica, Latinoamérica no va a liderar la cuarta revolución industrial. Nuestro esfuerzo -y es bueno que así sea- todavía está más centrado en los problemas del siglo XX que en los del siglo XXI.
Pero si miramos a la reinvención social, ahí sí podríamos tener algo que decir.
El impacto de la IA no va a ser sólo económico: va a exigir un cambio incluso radical a nuestra sociedad y a cómo funciona.
- El trabajo no va a ser el mismo, y tendremos que repensar el andamiaje de relaciones, subsidios, sindicatos y significados (si es que habrá trabajo, esto es).
- El estado se adaptará a las nuevas herramientas y comunicaciones desde lo electoral hasta la arquitectura de los poderes.
- La educación tendrá que amoldarse a la llegada de cerebros alienígenas a los salones; las empresas se enfrentarán a los trabajadores sintéticos; la publicidad resolverá su dilema optimización vs alineación; etcétera etcétera.
Todos los sectores tendrán retos de aplicación, inclusión, manejo de sesgos, gobernanza – no sólo tecnológicos, de cómputo o de data. En cada uno de estos campos América Latina puede contribuir – encontrando soluciones de aplicación universal.
Nuestro países son muy optimistas frente a la Inteligencia Artificial: los colombianos -por ejemplo- son cuatro veces más positivos que los norteamericanos frente a su impacto en la sociedad. (Mexicanos y brasileños tres veces; chilenos y argentinos el doble – fuente Atlas Survey 2023).
Esta “adopción social” podría ser nuestra manera de aportar: innovar en las micro y macro decisiones que construirán el mundo que habitarán nuestros hijos y nietos.
Puede que no generemos LLMs locales o no tengamos los data centers más grandes, pero esto no significa que no podamos aportar y dejar una huella relevante.