Días antes del accidente del sumergible turístico Titán, en el Atlántico norte, donde cinco personas murieron, el barco Adriana se hundió frente a la costa griega de Pilos. Sobrevivieron 104 personas, pero el número de hombres, mujeres y niños ahogados podría multiplicarse por cinco. Para tranquilizar las conciencias, oficialmente solo se han reconocido 82. «(…) las autoridades griegas decidieron en varias ocasiones no ayudar a un pesquero de 24 a 30 metros en el que iban hasta 750 personas en una huida desesperada de la pobreza y el desplazamiento de la guerra y que se hallaban en la zona griega de búsqueda y rescate», cuentan Jason Horowitz y Matina Stevis-Gridneff (New York Times, 21.0623).
La búsqueda del Titán, operado por OceanGate Expeditions, movilizó a la Guardia Costera de Estados Unidos y de Canadá. También brindaron apoyo los Gobiernos de Francia y Noruega. Cada pasajero pagó 250 mil dólares (4 millones 325 mil pesos) para descender a 3 mil 800 metros de profundidad y observar los restos del Titanic, cuyo hundimiento, en 1912, causó la muerte de mil 496 personas. Los migrantes del Adriana, procedente de Libia, quizá debieron desprenderse de su patrimonio para reunir los 4 o 6 mil dólares que los traficantes cobraron a cada uno para llevarlos a Italia. La mayoría murió en el mar Jónico, un brazo del Mediterráneo, donde Octavio y Marco Antonio se enfrentaron en la batalla de Accio (31 a. C.).
Uno de los pasajeros del Titanic era el diputado federal por Sinaloa, Manuel Uruchurtu. Murió por ceder su lugar en un bote salvavidas a la inglesa Elizabeth Ramell. Ciento 11 años después, otro mexicano, sin imaginarlo, participó en el rescate de los sobrevivientes del Adriana. Horowitz y Stevis-Gridneff lo narran así: «El superyate Mayan Queen IV navegaba sin complicaciones a través del Mediterráneo oscuro y en calma la madrugada del 14 de junio cuando recibió un llamado sobre una embarcación migrante en emergencia a cuatro millas náuticas de distancia. Unos 20 minutos después (…), el imponente yate de 175 millones de dólares, propiedad de un magnate mexicano de la plata, llegó al lugar. El bote en apuros ya se había hundido (…).
»En unas cuantas horas, el Mayan Queen, de 93 metros, y más habituado a la navegación de ocio en Mónaco e Italia con multimillonarios y sus amistades a bordo, estaba repleto con 100 hombres pakistaníes, sirios, palestinos y egipcios desesperados, deshidratados y empapados al jugar un papel inesperado en uno de los naufragios más mortíferos de las últimas décadas. Se ahogaron hasta 650 hombres, mujeres y niños. La imagen incongruente (…) subrayó lo que se ha convertido en la bizarra realidad del Mediterráneo moderno, un lugar donde los superyates de los megarricos, equipados con piscinas, jacuzzis, helipuertos y otras amenidades de lujo comparten los mares con los más desamparados botes operados por traficantes de migrantes de forma riesgosa al cruzar del norte de África hacia Europa. Tal vez era inevitable que sus caminos se cruzaran».
Las autoridades griegas —dice la nota— esperaron el hundimiento del pesquero para intervenir y pidieron ayuda al Mayan Queen, uno «de los 100 yates más grandes del mundo», cuya bandera es de las Islas Caimán, paraíso fiscal. El capitán del yate, Ricahrd Kirby, lo fue antes del Le Grand Bleu, propiedad del oligarca ruso Roman Abramovich. Los periodistas del NYT dejan al último la identidad del magnate de la plata, cuya principal planta se localiza en Torreón: «La tripulación del navío hacía tareas, con camisetas que llevaban un dibujo del yate en la espalda y en el bolsillo del pecho una letra B, por la inicial de la familia del difunto dueño del yate, Alberto Baillères. (…) En la popa del barco (…) los tripulantes del barco limpiaban donde los migrantes se había acurrucado al llegar al puerto de Kalamata».