“Hubiera preferido que mi esposo me golpeara, así nadie dudaría de mi dolor”. Esta frase regresa a mí en el día y en la noche; me la dijo una víctima de violencia psicológica hace algunos días y el alma se me congeló.
“Hubiera preferido que mi esposo me golpeara, así nadie dudaría de mi dolor”. Esta frase regresa a mí en el día y en la noche; me la dijo una víctima de violencia psicológica hace algunos días y el alma se me congeló.
Vivimos en un país donde siete de cada diez mujeres mayores de 15 años han sufrido al menos una situación de violencia de género, de acuerdo a la más reciente edición de la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares, presentada el año pasado por el Inegi. Son —somos— treinta y cinco millones cuatrocientas mil mujeres, pero si vemos los datos de carpetas judicializadas e incluso llamadas de emergencia, los números ni se acercan a representar el drama de esta realidad.
¿Qué lo explica? Una de las variables es el silencio que atraviesa los mandatos de género asignados a las mujeres, del calladita te ves más bonita al mejor no digas nada porque van a creer que estás loca. Hay estudios lingüísticos realizados durante la última década en España, Inglaterra, Estados Unidos y México en los cuales, por primera vez, se introduce la perspectiva de género para llegar a una conclusión recurrente: desde niñas aprendemos a hablar poco y rápido cuando hay varones para no ocupar su tiempo.
El problema es que este no es un asunto limitado a lo conversacional o de convivencia social. Las palabras no pronunciadas pesan, casi tanto como los sentimientos que entierra el temor a los juicios y prejuicios sociales. A una mujer violentada le cuesta mucho ganar confianza —en sí misma y en su entorno— para hablar de las agresiones que pueden llegar a neutralizarla hasta convertirla en víctima de lo que llamo feminicidio emocional, tema de mi investigación doctoral.
En este contexto, es posible dimensionar la relevancia de la campaña #YaNoMás #Háblalo, que ha lanzado Opinión 51 en alianza con el Consejo Ciudadano para la Seguridad y Justicia de la Ciudad de México y Grupo IMU para visibilizar uno de los centros simbólicos de la normalización de la violencia.
El silencio sí tiene sonido, no sólo en la famosa canción de Simon & Garfunkel, sino en la vida cotidiana. Se escucha como las carcajadas tras una broma hiriente, los gritos de un celoso o los golpes a ocultar con maquillaje; lo impregna todo con la pesadez del secreto a voces en cualquiera de los cinco tipos que reconoce la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia: psicológica, física, patrimonial, económica y sexual.
¡Hablemos, acompañémonos! Si tú o alguien que conoces sufre violencia y no sabe por dónde empezar, recomiéndale que contacte la Línea de Seguridad o Chat de Confianza del Consejo Ciudadano; el servicio de apoyo jurídico y psicológico con perspectiva de género está disponible a través del 55 5533 5533 para todo el país, 24/7 y además es confidencial.
María Elena Esparza Guevara, fundadora de Ola Violeta AC y Consejera en Género del Consejo Ciudadano de la CDMX. Doctoranda en Historia del Pensamiento en la UP, Maestra en Desarrollo Humano por la Ibero y egresada del Programa de Liderazgo de Mujeres en la Universidad de Oxford.