Coahuila elegirá a su decimonoveno gobernador el 4 de junio, contados a partir del inicio de la hegemonía priista. Dos renunciaron poco antes de concluir sus mandatos (Pedro Rodríguez Triana y Óscar Flores Tapia) y uno se suicidó (Ignacio Cepeda Dávila) por conflictos con el centro. El estado se jacta de ser «cuna de la revolución», pero toleró la primera sucesión entre hermanos. Humberto Moreira heredó el cargo a su hermano Rubén junto con una deuda por 40 mil millones de pesos al parecer impagable. El PRI gobierna Coahuila desde 1929, cuando, bajo las siglas del Partido Nacional Revolucionario (PNR), el empresario Nazario Ortiz Garza venció a Vito Alessio Robles en unas elecciones controvertidas después de las cuales el general, político y escritor fue desterrado varios años del país por su oposición a Plutarco Elías Calles y a Álvaro Obregón.
En El señor gobernador (Grijalbo, 1983), publicado dos años después de su dimisión, Flores Tapia, artífice del desarrollo de la industria automotriz en Saltillo y Ramos Arizpe, apunta a la raíz del desequilibrio de poderes y la debilidad de los estados: «La política en México es centralista, absolutista y antidemocrática». Junto con la república surgieron «las grandes corrientes político-ideológicas que, desde entonces, como dos vías paralelas, se dirigen siempre hacia el mismo objetivo, aunque jamás se juntan: una es la conservadora, la otra la liberal», apunta.
El sistema federal adoptado por el Congreso Constituyente 1823-1824, a propuesta del coahuilense Miguel Ramos Arizpe, dotaba a los estados de libertad y soberanía. Sin embargo, en la práctica la tesis centralista del neolonés fray Servando Teresa de Mier «es la que ha señalado las fórmulas operantes en la vida política de la nación», dice el autor. «En Coahuila, en más de una ocasión, el reclamo federalista ha exigido respeto a la soberanía del estado». El más reciente se dirigió al presidente Andrés Manuel López Obrador, a través de la Alianza Federalista, para «revertir toda medida centralista que atente o violente el pacto federal» y actualizar el sistema de coordinación fiscal. El bloque de 10 gobernadores se extinguió al no conseguir la mayoría en la Cámara de Diputados, refrendada a Morena en 2021.
Flores Tapia, cuyo padre Urbano Flores participó en el movimiento antirreeleccionista de Francisco I. Madero y colaboró en el Gobierno de Venustiano Carranza, enjuicia severamente el alzamiento que defenestró a Porfirio Díaz: «La Revolución de 1910 fue una Revolución perdida. El triunfo inicial fue más aparente que real. La oligarquía siguió mandando a través de la parentela que solo reconoció a Madero cuando su ilustre apellido cubrió con su manto “a la sagrada familia”».
Sobre la reforma política de su tiempo —promovida por Jesús Reyes Heroles—, el juicio del exgobernador es igual de severo, pues la califica como «el intento “democrático” de destruir a la Revolución y sus instituciones». Flores Tapia murió dos años antes de que el PAN se hiciera con la presidencia en 2000. No vio, por tanto, el declive del presidencialismo ni la reproducción de ese modelo en los estados. La alternancia permitió a los gobernadores controlar el Congreso federal, obtener mayores presupuestos de la federación y lo más importante, al menos para ellos: nombrar sucesor. Empero, el centralismo político y económico continúa vigente. Los ejecutivos locales desaprovecharon la coyuntura y en vez de pugnar por un auténtico federalismo, impusieron agendas sus personales. Los resultados fueron mayor corrupción, impunidad, nepotismo, inseguridad y violencia. López Obrador retomó el poder y con ello acotó a los gobernadores. Las oligarquías también han perdido influencia, pero siguen al acecho.