Pedro Sánchez presidente español y los suyos, se negaron a ver la trama de estos pícaros (Ábalos y Cerdán) y optaron por el auto engaño
La picaresca es un género literario con un gran arraigo en las letras castellanas. Quevedo, Mateo Alemán y Cervantes se aprovecharon del género para retratar a unos personajes que hicieron de la simulación y el engaño una forma de vida, en muchas ocasiones, no por maldad sino por necesidad.
En el entremés ‘El retablo de las maravillas’, publicado en 1615, Cervantes relata la historia de Chanfalla y Chirinos, una pareja de pícaros que llega a un pueblo para hacer una representación teatral. Los comediantes convocan a la aristocracia de la localidad para ver la función. Chanfalla les explica que sólo podrán ver lo que acontece en el escenario si son cristianos viejos. Quienes carezcan de limpieza de sangre o sean descendientes de judíos o musulmanes, no podrán ver nada.
Los dos pícaros hacen sonar sus voces y un poco de música, pero ninguno de los asistentes se atreve a decir que no ha visto nada para no quedar mal ante sus vecinos. Todos alaban lo que dicen haber visto. Hans Christian Andersen se inspiró seguramente varios siglos después en el relato cervantino en su historia del emperador desnudo.
‘El retablo de las maravillas’ viene a cuento para explicar lo que le ha sucedido a Sánchez, a sus ministros y a los cuadros del PSOE. Los dos pícaros de la trama son Ábalos y Santos Cerdán, asistidos por el inefable Koldo Garcia, el tramoyista que se movía entre bastidores. El público de la representación era Sánchez y su entorno, que fingían creer que estos pícaros eran unos virtuosos que trabajaban al servicio del partido.
Lo creían porque resultaban útiles. Eran serviciales, leales y hacían el trabajo sucio. Ensalzaban al líder y arremetían contra los enemigos del partido. Estaban siempre disponibles para alancear a imaginarios molinos de viento.
Siguiendo la lógica cervantina, Sánchez y los suyos se negaron a ver la trama de estos pícaros y optaron por el auto engaño. Tal vez les daba tanta vergüenza lo que estaban haciendo que prefirieron fingir que no sucedía nada en el escenario. Incluso que llegaran a tragarse lo que a todas luces era mentira. Eso lo llaman los psicólogos «suspensión de la incredulidad», lo que significa que cualquiera puede creer los hechos más inverosímiles cuando existe una predisposición. Los medios cercanos a Sánchez insisten que el presidente se enteró por el informe de la UCO de la trama mafiosa de Santos Cerdán. Si fue así, el presidente imitó a los espectadores de aquel retablo de las maravillas que hoy es el palacio de La Moncloa.
Sabemos por experiencia que cada uno cree lo que quiere creer. Los sesgos cognitivos condicionan nuestra percepción. La pregunta es si Sánchez está en condiciones de presidir el Gobierno con esta incapacidad para percibir lo que pasa en su entorno o, peor, con unas soberbias dotes de simulación.