El próximo 2 de junio los mexicanos tienen una cita histórica con las urnas. De ellas saldrá, casi con seguridad, la primera presidenta del país. Las dos aspirantes representan modelos divergentes. El oficialismo, encarnado por Claudia Sheinbaum, hereda una versión que, en nombre de una mayor redistribución de la riqueza, concentra la totalidad del poder en la figura del presidente, Andrés Manuel López Obrador, y de su partido Morena.
La alternancia se ofrece desde una coalición de partidos opositores. Estos y su precandidata presidencial, Xóchilt Gálvez, pregonan la necesidad de respetar ciertos contrapesos institucionales. Pero la credibilidad de esas organizaciones, quienes gobernaron entre 2000 y 2018, y probablemente del modelo de democracia electoral que representan está seriamente cuestionada. En medio de este contexto, la elevada y persistente aprobación popular de López Obrador puede ofrecer claves reveladoras, aunque no definitivas.
El último reporte de Oraculus, un agregador de encuestas, registró que el 68% de los ciudadanos mexicanos aprueba la gestión del presidente López Obrador, mientras solo el 29% la reprueba.
Una aprobación sexenal estable y positiva
Durante cinco años, la aprobación del presidente mexicano ha logrado evitar descensos pronunciados. Llegado el arranque de la campaña electoral, todo apunta a que continuará siendo estable y positiva.
Lamentablemente, los analistas subestiman el impacto que dicha situación puede llegar a tener en el desenlace de la venidera elección presidencial. Una postura asociada a tres poderosos mitos.
Mito 1: Una cosa es aprobar y otra es votar. La popularidad del presidente importa poco a efectos del desenlace de la elección presidencial.
Mito 2: En México no aplica la teoría de la transferencia de la popularidad presidencial.
Existe la creencia de que si bien la teoría de la transferencia de la popularidad presidencial podría aplicar en otras latitudes no lo hace para el caso de México.
Mito 3: El desenlace de la elección presidencial se decide en la campaña.
El papel de las elecciones como mecanismo de selección pacífica de los líderes políticos ha fomentado la creencia de que la campaña representa siempre un momento decisivo en la definición de la orientación de las preferencias electorales.
Las campañas tienen un efecto muy limitado sobre el resultado electoral, solo importan en ciertas condiciones muy específicas. La mayoría de las veces solo refuerzan la decisión que los votantes tomaron previo al inicio de la propia contienda.