Dos tercios del sexenio consumidos. Malos resultados. Un cuarto de su popularidad la perdió, en ese tramo. Ese, 80 por ciento, había sido su rasgo sobresaliente. Ahora, el presidente de la república, Andrés Manuel López Obrador, navega con un 60 a favor y 40 en contra. Es buena calificación, pero es similar a las de Ernesto Zedillo, Vicente Fox y Felipe Calderón en el mismo lapso. Al finalizar su cuarto año de gobierno, ya solamente le queda hacer campaña para sostener a la Cuarta Transformación en el poder, aniquilar al PRI, e inaugurar sus obras insignia y debe apurarse.
El “No somos iguales” se agotó. Las mentiras llenaron la mañanera y la propaganda, pero fueron insuficientes para mantener a su aura intacta. Ya sin magia, ni calidad moral, el tlatoani transitará el último par de años que le restan en el Palacio Nacional. El tiempo se agota, su gobierno también, pero su poder político ha crecido exponencialmente. Actualmente, él gobierna sin contrapesos, ya se encargó de desgastar a algunos y destruir a otros. Es el político, en activo, más poderoso del país.
Andrés Manuel, resultó igual que muchos de los otros, pero con peores resultados. Su estilo personal de gobernar chocó frontalmente con la realidad del siglo XXI, en un entorno tan globalizado y turbulento. Su visión setentera le quedó chica al país. A su gestión, ya solamente, le alcanzará para impulsar al subdesarrollado sureste, si le salen bien sus proyectos estrellas. Allá la informalidad laboral ronda el 80 por ciento, con Oaxaca, con el 80,5; Guerrero, 79,7, y Chiapas, 76,2. Al gobierno de la Cuarta Trasformación, le quedó grande el país.
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