Solo en un país libre es posible discutir abiertamente cualquier tema y decirle al presidente y al Gobierno lo que de ellos se piensa. La democracia es debate cotidiano o no es. Permanecer más de 60 años bajo la férula de un sistema de partido único de facto condenó a México al atraso político, económico y social. El Estado paternalista hizo creer que tenía el control y una respuesta para cada situación. La fantasía la alimentaba con problemas que fabricaba y después resolvía. Así demostraba ser insustituible; el cambio —decía— llevaría a la destrucción, al caos. Cuando las circunstancias lo rebasaron, entonces se recurrió a la represión e incluso al exterminio. La idea según la cual el Estado y el PRI eran todopoderosos contribuyó a generar una sociedad conformista, apática, medrosa y poco participativa. El castillo de naipes cedió al paso del tiempo y al peso la realidad. A partir de entonces los mexicanos dejaron de comulgar con ruedas de molino.
La controversia actual está centrada en los libros de texto gratuitos y vuelve a recurrirse al petate del muerto del comunismo para asustar a la población sobre sus contenidos heréticos. El maniqueísmo adquiere formas grotescas para ponderar o denigrar, según el cristal con que se mire, los ejemplares y sus distintas materias. La proximidad de las elecciones presidenciales sirve de combustible para crispar los ánimos. Todo el mundo opina sin conocer a fondo el tema; muchas veces, incluso, desde la ignorancia. México es una república representativa, democrática, laica y federal, mientras la Constitución no se reforme. No es ni será otra Rusia, Corea del Norte, Cuba o Venezuela, entre otras razones por su relación y vecindad con Estados Unidos.
El sistema presidencial, dominante en América, a diferencia de Europa, deposita en una sola persona la jefatura de Estado y de Gobierno. En las elecciones no solo se vota por los candidatos, también por la ideología, la plataforma y el programa de cada partido. Después de 77 años de Gobiernos del PRI y 12 del PAN, los cuales, al final, no se diferenciaron en nada pues aplicaron el mismo modelo y defendieron los mismos intereses, la mayoría dio un golpe de timón y votó por un proyecto de izquierda. Al anterior, encabezado por Lázaro Cárdenas (1936-1940), igual se le calificó de socialista. Cabía esperar, entonces, un cambio en la conducción política del país, orientado a las clases desfavorecidas y no a la oligarquía ni a los grupos de poder.
Para gestionar el proyecto de nación triunfante en las urnas y promover las reformas pertinentes, el presidente debe apoyarse en los diputados y senadores de su partido y de otras fuerzas. Ernesto Zedillo tuvo mayoría en el Congreso hasta 1997, cuando el PRI perdió el control de la Cámara Baja. Vicente Fox, Felipe Calderón y Peña Nieto presidieron Gobiernos divididos y quedaron sujetos a la partidocracia. El país volvió a tener un Gobierno unificado después de 21 años con Andrés Manuel López Obrador, pues Morena ganó también la mayoría en ambas cámaras. Tal situación le ha permitido al líder de la 4T emprender el cambio de régimen enunciado en su discurso inaugural, no sin afrontar resistencias fabulosas.
López Obrador —como hicieron sus predecesores— utiliza la palanca del Congreso para cumplir su agenda social, una de cuyas prioridades es la educación. El debate sobre los libros de texto es político-electoral, cuando el problema de fondo es procedimental y deberá resolverse por las vías correspondientes. Los contenidos son el pretexto. La tarea de la escuela es formar generaciones críticas y libres, mostrar el mundo tal cual es y no con orejeras. La familia juega un papel fundamental. El verdadero peligro no son los libros, sino el arsenal de información, datos e imágenes (violencia, sexo, droga) que niños y jóvenes tienen al alcance de la mano solo con encender una pantalla.