Las transformaciones no se gestan en un año ni en dos. Tardan décadas y en ese devenir los movimientos contrarios al statu quo crean estructuras y bases de apoyo. Igualmente afrontan resistencias y crisis internas, pero una vez instalados empiezan a generar cambios, algunos de ellos radicales. La revolución de 1910 incubó en la dictadura porfirista, pero los primeros alzamientos ocurrieron en Chihuahua contra el cacicazgo de los Terrazas y los Creel, quienes expoliaban a los campesinos y a los indios de sus tierras. Un siglo después de finalizada la lucha armada y de la acumulación de abusos y agravios —cometidos por el Gobierno, los partidos y los grupos de poder—, el triunfo de Morena en las elecciones presidenciales de 2018 significó un nuevo sacudimiento.
Andrés Manuel López Obrador catalizó el hartazgo social y la torpeza y venalidad de los Gobiernos de Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto. No es un líder excepcional ni muchos menos, pero sí un político avezado y astuto cuyo carisma le ha permitido hechizar a amplios sectores de la sociedad. Tres campañas presidenciales le permitieron conocer el país como ningún jefe de partido o gobernante. El sambenito de ser «un peligro para México» surtió efecto a medias, pues el triunfo del PAN en 2006, por apenas medio punto porcentual, estuvo plagado de irregularidades. Luego de su segunda derrota, en una elección donde el dinero y las maquinaciones de los poderes fácticos resultaron clave para el triunfo del PRI, la carrera de AMLO parecía liquidada.
La partidocracia y las élites aprovecharon para reforzar sus alianzas, basadas en la defensa de intereses comunes, y se olvidaron de las mayorías desamparadas. En ese contexto surgió el Movimiento de Regeneración Nacional cuya fundación como partido, en 2014, modificó el rumbo del país. Si Morena llevó al poder a su caudillo en solo cuatro años, mientras las demás siglas —caducas y vacías de contenido— se desmoronaban, fue porque, como en otras etapas de la historia, el país reclamaba un cambio de régimen. La apuesta por el desgaste de un Gobierno incompetente, pero con una alta popularidad, fracasó de cabo a cabo. Las oposiciones y la oligarquía no se preocuparon por formar cuadros ni liderazgos capaces de competir con posibilidades de éxito en la sucesión presidencial de 2024.
Empujados por un grupo de intelectuales orgánicos (llamados así por AMLO) y las cúpulas del sector privado, el PRI, PAN y PRD unieron tardíamente sus menguadas fuerzas para afrontar a Morena a partir de las elecciones intermedias de 2021. El experimento devino en fiasco, pues el frente no alcanzó la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados y perdió 16 gubernaturas de 18. Sin propuestas ni figuras sólidas y convincentes, las oposiciones improvisaron una candidatura para diputarle la presidencia a Morena el año próximo. Todo apunta, sin embargo, a un nuevo fracaso. Xóchitl Gálvez entró forzada y tarde a una contienda para la cual tampoco se había preparado. En formación, experiencia y credenciales, Beatriz Paredes la supera.
No es casual entonces que la favorita para ganar la carrera presidencial sea Claudia Sheinbaum. La exposición mediática de los últimos años, su cercanía con el presidente López Obrador y su desempeño en la jefatura de Gobierno de Ciudad de México, no exento de conflictos, explican su ventaja en las intenciones de voto. Gálvez tiene fortalezas, pero no las necesarias para revertir la tendencia favorable a Morena. La alianza PRI-PAN-PRD es perdedora y el «efecto Xóchitl» ha empezado a diluirse por falta de sustancia. Y por si no bastara, Movimiento Ciudadano partirá el voto opositor.