Las ramificaciones de Picasso se extienden más allá de los grandes museos que albergan su obra. En los bajos del Ayuntamiento de Buitrago de Lozoya, un pequeño pueblo a 70 kilómetros de Madrid, bajando unas austeras escaleras, existe un museo con una colección de 80 de sus obras, algunas auténticas joyas. El artífice de este milagroso tesoro fue Eugenio Arias, un modesto peluquero que se exilió en Francia al final de la Guerra Civil, después de haber estado en primera línea de combate y haberse hecho maqui.
Su amistad fue una simpatía a primera vista y duró un cuarto de siglo hasta la muerte de Picasso, en 1973. El artista llegó a ser padrino de la boda de su peluquero y este veló en solitario el cadáver de Picasso en Mougins, al lado de Vallauris. De esa desinteresada relación, en la que no existían ni diferencias de edad ni condición, nació en 1985 este museo tan personal. Nunca hubo intercambio ni de francos ni pesetas entre ellos, pero a lo largo de los años, Picasso regalaba a Arias dibujos, libros, piezas de cerámica, carteles de exposiciones o litografías. Todos estos presentes que incluyen dedicatorias de Picasso a su amigo, son absolutamente únicos y conforman este singular museo que apenas ocupa una sala y que se abrió en 1985 gracias a la generosa donación de Eugenio Arias a la Comunidad de Madrid. “En esta sierra nací, a ella quiero hacer honor con las obras de este ilustre español Pablo Picasso”, escribió.