Estados Unidos votó por el partido de Franklin D. Roosevelt, John F. Kennedy y Barack Obama, tres de los líderes demócratas más representativos del siglo pasado y los que van del presente. La victoria de Kamala Harris reivindica a la democracia más longeva del planeta después de esa anomalía llamada Donald Trump. El magnate demostró que existe algo peor que un aprendiz de político profano y torpe: uno al que, aparte de lo anterior, se le declaró culpable de 34 cargos de falsificación de registros comerciales y afronta acusaciones de múltiples delitos: obstrucción de la justicia, retención de documentos clasificados de defensa nacional, interferencia en las elecciones de 2020 y conspiración para defraudar a Estado Unidos, entre otros no menos delicados.
El revés al Partido Republicano es la respuesta del electorado —sobre todo femenino y de las minorías raciales— a su falta de vigor y cobardía para afrontar al pirómano. El fallido autogolpe de Estado, incitado por Trump, puso al país al borde de la guerra civil. El asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021, para impedir la certificación de Joe Biden como presidente, es una de las páginas más siniestras e ignominiosas en la historia de los Estados Unidos. La postulación de Trump para un segundo periodo —no consecutivo— es signo de la locura de nuestros tiempos, donde la moralidad y los valores democráticos de libertad, igualdad y fraternidad son atropellados impunemente e incluso celebrados.
El triunfo de Kamala Harris rompe el techo de cristal en un país donde la mujer, pese a sus contribuciones en la lucha por los derechos civiles, el arte, la ciencia y la política, ha sido secularmente relegada. Aún lo es, si se considera que, de los 50 estados de la unión, solo una docena (menos del 25%) es gobernado por mujeres. Ocho son demócratas y cuatro, republicanas. Estados Unidos ha tenido solo tres secretarias de Estado en 241 años de vida independiente (Madeleine Albright, Condoleezza Rice y Hillary Clinton; la primera y la tercera demócratas) y una sola vicepresidenta, Kamala Harris.
Si la elección de Barack Obama marcó un hito por ser el primer afroestadounidense en despachar en la Casa Blanca, la de Harris, de ascendencia india, tiene más mérito por ser mujer. El 20 de enero próximo jurará el cargo una vez vencidas las turbulencias de un proceso altamente competido y polarizado por un pendenciero que acusó fraude antes de su derrota. El complejo y obsoleto sistema electoral de Estados Unidos permite a quien obtiene menos votos populares ocupar la presidencia. John Quincy Adams, Samuel Tilden, Grover Cleveland, Al Gore y Hillary Clinton ganaron en las urnas pero perdieron en el Colegio Electoral. Lo mismo pudo haber pasado con Richard Nixon.
Es bueno que la política regrese a los políticos profesionales y la presidencia, como todo puesto de responsabilidad, deje de ser ejercicio de impostores y gente del espectáculo. México está rezagado frente a Estados Unidos en múltiples temas, pero en paridad de género lo supera ampliamente. Incluso los procesos electorales en nuestro país son mejores, lo cual es mucho decir. Los conflictos electorales ocurren ahora allá y no aquí. México se adelantó en elegir primera presidenta a una mujer socialdemócrata, Claudia Sheinbaum, como también lo es Kamala Harris. En las cámaras legislativas, la paridad de género es una realidad, mientras Estados Unidos aún está lejos de alcanzarla. La mujer es la gran protagonista del siglo XXI.
*(Por desgracia no triunfó la esperanza, sino el discurso racista y de odio)