La eventual candidatura presidencial de Xóchitl Gálvez (PAN-PRI-PRD) provocó euforia repentina entre los malquerientes del presidente Andrés Manuel López Obrador. Sin embargo, es demasiado temprano para echar las campanas al vuelo. No porque la senadora esté imposibilitada para ganar, sino porque las circunstancias no le son propicias. En 2018, los candidatos de los partidos camuflados hoy en el Frente Amplio por México (FAM) captaron 21 millones de votos en los 31 estados bajo su bandera. Morena, sin uno solo, recibió 30 millones. El movimiento obradorista llegará a las elecciones del año próximo con 23 gobernadores; Acción Nacional tiene cinco, el PRI dos y otros tantos Movimiento Ciudadano, pero no forma parte del FAM.
Las 88.6 millones de personas gobernadas por Morena —incluidas las de Estado de México y San luis Potosí— representan el 68.2% de la población del país de acuerdo con el censo 2022 del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi). El hándicap complica aún más el escenario para el FAM. Gálvez es hoy por hoy la aspirante más popular, pero las encuestas, por sí solas, no determinarán al candidato opositor. El FAM presentará el 17 de agosto la terna finalista, con base en los sondeos de opinión, pero después vendrá la prueba de fuego: cinco foros de debate. En ese terreno, la también senadora Beatriz Paredes supera a Gálvez en capacidad intelectual, trayectoria y experiencia.
La apuesta del FAM y de los grupos de presión por Gálvez es un movimiento a la desesperada. Figura secundaria en la arena política, la hidalguense saltó a la palestra en 2003, cuando Vicente Fox la puso al frente de la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas. Siete años más tarde, el PAN, PRD, PT y Convergencia (hoy Movimiento Ciudadano) la postularon para la gubernatura de Hidalgo. Perdió con Francisco Olvera, de la coalición PRI-Verde-Nueva Alianza. En 2015 se convirtió en jefa de la Delegación Miguel Hidalgo (Ciudad de México), y en 2018 ingresó al Senado por la vía plurinominal.
Los grupos de poder y las nomenklaturas partidistas ignoraron a Gálvez durante 20 años. Hasta hace poco, incluso, la prensa y la «comentocracia» solo se ocupaban de ella por alguna de sus chanzas. El 15 de diciembre pasado subió como botarga de dinosaurio a la tribuna del Senado para protestar por «plan B» de la reforma electoral. En otras circunstancias, esta política y empresaria, entre cuyos clientes se cuentan Gobiernos de distinta filiación, no habría sido considerada para la presidencia por su perfil y estilo populachero.
Sin figuras atractivas y con arrastre para plantar cara al presidente López Obrador, el frente opositor estaba contra las cuerdas. Empero, un par chispazos pusieron a la senadora en el candelero. Gálvez ganó una demanda de amparo para asistir a las mañaneras y ejercer su derecho de réplica; después tocó las puertas. Mientras, en el FAM aparecían las primeras fisuras. La periodista Lilly Téllez, el exsecretario de Comercio, Ildefonso Guajardo, y el extitular del IMSS, Germán Martínez, descalificaron el proceso y abandonaron la carrera.
Líder del PAN en el Gobierno de Felipe Calderón, Martínez llegó a la Cámara Alta postulado por Morena; ahora es senador independiente y crítico por sistema del presidente López Obrador. En el mensaje de Twitter donde anunció su declinación, acusa que el método de selección no es una encuesta ni una elección abierta. Tampoco «es de partidos, ni es plenamente de ciudadanos». En su caso, advierte, no se echará «en manos de cargadas empresariales o de padrones partidistas». Más claro, ni el agua. Las élites económicas y las burocracias partidistas serán las que, al final, inclinen la balanza. Tal será el talón de Aquiles de Xóchitl Gálvez, si resulta ser la ungida.