Un Mercedes blanco serpentea por el bulevar Carranza de Saltillo en flagrante violación al reglamento de tránsito, el cual parece no aplicar para marcas de esa clase. En el parabrisas posterior luce un nombre sin distintivos partidistas (no hacen falta): «María Bárbara». La tipografía es la misma utilizada por el PRI en la última campaña para gobernador. En el incesante cambio de carril sin avisar, acaso por algún defecto de las luces intermitentes o simplemente «porque puedo», el avance del Mercedes lo interrumpe un vehículo compacto rojo con las siglas de Morena. En vez de zigzaguear de nuevo para rebasar, el coche blanco dobla a la derecha y toma la calzada que lleva al Masaryk sarapero. La analogía es por la avenida dedicada al primer presidente de Checoslovaquia en el ostentoso barrio de Polanco en Ciudad de México.
El símil vale también para los comicios: como en la fábula de la liebre y la tortuga, el Tsuru (también blanco) de Andrés Manuel López Obrador dejó atrás a los autos de mayor cilindrada utilizados por sus adversarios. Con el mismo espíritu, Morena derrotó al PRI y al PAN en la mayoría de los estados. Excepto en Coahuila, donde los Mercedes y sus equivalentes dominan la escena política. Los carros populares son para la tropa —de donde ya no surgen candidatos como antaño— y para el acarreo. Parece que no, pero la gente observa; y si algo repulsa es el atropello y el boato. Sobre todo en un país tan desigual como el nuestro. Los candidatos de Morena también son ampulosos.
En el caso del Mercedes blanco, el comportamiento del conductor no puede atribuirse a la candidata cuyo nombre se ostenta en la luneta, pero remite a ella, lo cual tampoco significa que alguien, por el mero acto descrito, vote contra su partido el 2 de junio. Los aspirantes a cargos de elección popular deben dar ejemplo y exigir a sus colaboradores la misma conducta. Pues si no respetan un reglamento, igual se saltarán las leyes. Esto cuenta para los pretendientes de todos los partidos y sus respectivos equipos, los cuales, aunque no lo sepan o finjan ignorarlo, están bajo el escrutinio público.
En cuanto a las campañas políticas, la atención está centrada en la elección presidencial y en las de gobernador donde las haya. Los aspirantes a senadores, diputados y alcaldes, sin dejar de ser importantes el Congreso y los ayuntamientos, pasan a segundo o tercer término. En la mayoría de los casos se trata de las mismas caras por el error de permitir la reelección, tema que merece trato aparte. La candidata presidencial de Morena, Claudia Sheinbaum, ha ofrecido corregir el fallo. Por esa y otras razones nadie hace caso a discursos reciclados ni a simulacros de debates donde las ideas brillan por su ausencia y los desplantes son el denominador común.
¿Cómo entusiasmar así a los electores? ¿Cómo persuadirlos, con campañas de bostezo, de acudir a las casillas? El trabajo lo harán los partidos. A ellos corresponderá movilizar a sus militantes y simpatizantes. Según pintan las cosas, el abstencionismo volverá a campear el 2 de junio. No por culpa de los ciudadanos, sino de los partidos y los agentes políticos que, en vez de motivarlos, deliberadamente los apartan de las urnas. Esa situación, al final, les favorece solo a ellos. Por eso tenemos una democracia tan flaca y una clase política tan mezquina como ensoberbecida. «El poder —sentencia Enrique Tierno Galván— impregna de indiferencia todo lo que no es poder».