Desde niño, cuando nos tocaban las vacaciones de la primaria, mi mamá Manuela Vélez, nos llevaba a Viesca con su familia. Mis primos en muchas ocasiones nos señalaron el madero en forma de cruz que estaba en uno de los picos de la sierra que está al sur del pueblo. Recuerdo que me parecía muy alto, estaba muy difícil la subida. En Acacio, Durango, la comunidad minera donde viví, existe un cerro colindante denominado el cerro de la cruz. Es muy bajo y accesible, en comparación con el de Viesca.
En Viernes Santo, las señoras de Acacio organizaban una procesión hasta la cruz, para conmemorar la muerte de Jesús, crucificado en un madero. En Viesca no me tocó coincidir con esta actividad religiosa, aquí, el ascenso implica un gran esfuerzo físico. Porque es un recorrido de unos dos kilómetros y subir más de 200 metros, en una vereda muy sinuosa. Según la historia, se dice que quizá las primeras cruces fueron sólo de una estaca vertical, luego se añadió un travesaño de madera en la parte superior, quedando en forma de “T”, que usaban como instrumento de tortura los romanos. Así la cruz se fue constituyendo como uno de los símbolos claves del cristianismo.
El madero de Viesca, según narran sus gentes mayores, se erigió en 1942, dicen que fue en los tiempos del padre Juan Francisco Boone. Esa cruz aguantó las severidades del tiempo, sobre todo los rayos inclementes del sol y la fuerza de los vientos, por casi 80 años. Pues el 7 de noviembre de 2018 Alma y José Espinoza Ruiz e Isidro Salas Espinoza, subieron al cerro de la cruz para investigar porque ya no se avistaba el santo madero. Estaba caído y quemado. Suponen que le cayó un rayo. Y el 1o de diciembre de 2018, un grupo de jóvenes se organizaron para reponer la cruz. La madera que usaron no aguantó la presión de los vientos y se cayó. Durante más de tres años el cerro de la cruz careció de madero.
Ahora que pasó la Semana Santa y se acerca el día de la Santa Cruz, que se celebra el 3 de mayo, la señora doña María del Rosario Sandoval, mamá de uno de los trabajadores del Centro de Investigación y Jardín Etnobiológico (CIJE) de la Universidad Autónoma de Coahuila en Viesca, nos propuso a un grupo de colaboradores del CIJE que le ayudáramos en esos días de vacaciones a hacer, subir e instalar una nueva cruz.
Nos cooperamos y compramos en una empresa en la Zona Industrial en Torreón unos durmientes de madera, como los del ferrocarril, de 3.50 metros de largo. Los trasladamos a Viesca. Y Neno Tapia, Pablo Tapia, Salvador Gerardo Hernández y Quico González, en esos días de asueto, ensamblaron la cruz. Previa consulta de las proporciones que debe guardar una cruz. Una vez que estaban las piezas listas para subirlas a la cumbre, analizamos cómo hacerlo. Decidimos contratar unos burros y un macho para trasladar a la cima las piezas de madera. Cada una pesa en promedio unos 80 kilos. La Cruz mide 7.40 metros y pesa unos 300 kilos.
José Juan Tapia, Alfredo Perales, Quico González, Pablo Jesús Tapia, Luis Ángel Tapia, Alfredito Perales, don Nico Sandoval, Alonso Sandoval, Edgar Cortés, Juan Carlos Chavarría, Lupin Sánchez, Enrique Hernández, Fernando Orozco, Gregorio Alvarado, Daniel Tapia, Gonzalo Tapia, Carlos Tapia y el que esto escribe, nos organizamos para subir la cruz y ubicar el mejor punto para instalarla. Para erigir la cruz decidimos que fuera un lugar que reuniera diferentes condiciones. Un punto de más fácil acceso, donde hubiera las condiciones para excavar y se pudiera juntar piedra para amacizar la cruz, asimismo que fuera un lugar donde puedan estar cómodamente y sin peligro las personas que la visiten. También subieron hasta el sitio de la cruz Melyn Tapia, las niñas María Milagros, Anneth y Fernanda, y el niño Manuel.
Antes de subir las partes de la cruz, el señor cura del pueblo, David Batarse Rivera, acompañado de varias señoras de la parroquia y de la familia Tapia Sandoval, procedió a bendecir la cruz. Y antes de iniciar la marcha a las 8:40 de la mañana del 22 de abril de 2022, degustamos un rico desayuno que nos ofrecieron los Tapia. Bajamos de la sierra a las 16:30 horas. Fue una jornada de 8 horas, primero recorriendo una vereda muy sinuosa, luego colocando la cruz y después bajar la sierra que tampoco estuvo fácil. Ya todos veníamos muy cansados, pero nadie se rajó. Pues don Nico de 80 años nunca se dobló.