Ya lo dijo Coco Chanel: “El lujo nace donde la necesidad acaba”. ¿Acaso el comprador anónimo que se hizo con un bolso de Hermés por 340.000 euros en una subasta de Christie’s en Hong Kong en 2017 lo necesitaba para subsistir? No parece. El comprador exhibe su nivel cultural y sus recursos financieros para comprar algo innecesario. Eso es el lujo, un mercado que bate todos los récords imaginables, mareantes: este año podría cerrar con una facturación de 349.100 millones de dólares (335.000 millones de euros, al cambio actual). Solo el grupo LVMH —la principal firma de este sector del planeta, propiedad del multimillonario francés Bernard Arnault— facturó en el primer trimestre del año 18.000 millones de euros.
Miguel Ángel García Vega cuenta cómo este sector se mantiene ajeno a todo: a los proyectiles que caen sobre Ucrania, a la inflación, al nuevo ciclo alcista de los tipos de interés, a los elevados niveles de deuda, a la escasez de alimentos, al coste de la energía y a la creciente brecha entre ricos y pobres. Las grandes firmas del sector como Prada, Cartier, Chanel, Louis Vuitton o Hermès siguen a pies juntillas un mandamiento y es el de no responder a un aumento de la demanda. Sus clientes cada vez lo tienen más difícil para comprar y esperan meses o años para conseguir el ansiado producto. Ahí está la gracia.