Hasta hace poco nadie tomaba en cuenta a Xóchitl Gálvez para la presidencia de la república. Su propósito —admite— era ser candidata a la jefatura de Gobierno de Ciudad de México, proyecto en el cual trabajaba hacía varios años, después de haber perdido la gubernatura de su estado. Sin embargo, a la senadora hidalguense le bastó plantarse frente a Palacio Nacional, desplegar su ingenio y desafiar al presidente Andrés Manuel López Obrador para eclipsar al resto de los pretendientes. Así, de buenas a primeras, el PAN, PRI, PRD y la oligarquía representada por Claudio X. González [escudados en el Frente Amplio por México (FAM)] la convirtieron en su favorita para disputarle a Morena la primera magistratura en las elecciones del 2 de junio de 2024.
Gálvez carece de la trayectoria, el reconocimiento y los años de servicio en el sector público que Beatriz Paredes, a quien, como Porfirio Muñoz Ledo en su momento, solo le falta ser presidente. La tlaxcalteca ha sido diputada y subsecretaria cuatro veces (tres de Gobernación y una de Reforma Agraria), gobernadora, líder del PRI y embajadora en Cuba y Brasil. Actualmente funge de senadora. Sin embargo, aguardó demasiado tiempo para buscar el cargo de mayor responsabilidad política del país, vedado para las mujeres durante los 70 años de la presidencia imperial priista.
Vicente Fox, exjefe de Gálvez y uno de los principales promotores de su candidatura, como antes apoyó a Santiago Creel, tenía experiencia en el sector privado, no en la política, pero la suerte, la coyuntura y la audacia jugaron a su favor. Fue el primer gobernador de oposición electo de Guanajuato —después de un interinato de cuatro años de Carlos Medina Plascencia por una concesión de Carlos Salinas de Gortari al PAN— y supo catalizar el hartazgo social para ganar la presidencia y destronar al PRI. Empero, tiró por la borda esa oportunidad histórica. Lo mismo sucedió con Felipe Calderón. A pesar de su trayectoria política, legislativa y de haber sido uno de los dirigentes del PAN más exitosos, al michoacano se le escapó el país de las manos.
La carrera de Peña Nieto, antes de despachar en Los Pinos, además de corta (diputado local, secretario de Finanzas en la administración de su tío Arturo Montiel y gobernador de Estado de México), se caracterizó por irrelevante. Como jefe de Estado y de Gobierno resultó uno de los más incompetentes y venales. El mando real lo ejercieron Luis Videgaray y los poderes fácticos. Andrés Manuel López Obrador ocupó posiciones menores y perdió dos veces la gubernatura de Tabasco en elecciones fraudulentas, pero haber abanderado causas sociales y su forja en las batallas democráticas le permitieron al cabo de los años ser jefe de Gobierno de Ciudad de México y convertirse en uno de los presidentes con mayor legitimidad y respaldo de la historia, aun sin destacar por sus resultados.
Xóchitl Gálvez debe tener cualidades —la picardía sirve para divertir—, pero ninguna es excepcional ni visible como para devenir en estadista del tipo de Golda Mier, Indira Gandhi, Margaret Tatcher, Angela Merkel o Tarja Halonen. Beatriz Paredes es, en todos los planos, muy superior. Tampoco puede serlo en la circunstancia actual y por los intereses a su alrededor. Gálvez es más bien producto de la coyuntura, de la mercadotecnia y de la desesperación por encontrar un líder que los partidos y la sociedad no han podido consolidar. «Ten cuidado con lo que deseas», prevenía Óscar Wilde, «se puede convertir en realidad».