El horario de verano fue desde un principio una tomadura de pelo. La medida se implantó a finales del Gobierno de Miguel de la Madrid para ajustar las actividades de una parte del país con las de Estados Unidos, más que para lograr un ahorro significativo en el consumo de energía y una reducción en las facturas de la Comisión Federal de Electricidad. Cuando la publicidad oficial ponderaba las ventajas de adelantar los relojes una hora y los cientos de millones de dólares que dejarían de gastarse, mi amigo lagunero Jaime Cantú Charles, ironizó: «Si la economía es tan elevada como dicen los políticos, que avancen las manecillas 24 horas y paguen la deuda externa».
Con una hora más de luz solar —decía la publicidad engañosa—, los padres de familia podrán convivir más tiempo con sus hijos, en el hogar o al aire libre, pasear o hacer deporte en las plazas de sus pueblos y ciudades, ir al cine o dedicarse a otro pasatiempo. Cual si México tuviese el mismo equipamiento urbano de Estados Unidos o Canadá, las viviendas fueran espaciosas, las calles seguras y el ingreso de los trabajadores suficiente. El convenio para establecer el horario de verano en los estados del noreste lo firmaron, en Saltillo, los entonces gobernadores José de las Fuentes (Coahuila), Jorge Treviño (Nuevo León) y Américo Villarreal (Tamaulipas), cuyo hijo homónimo acaba de tomar posesión del cargo bajo las siglas de Morena, poco antes de terminar sus mandatos. El problema lo afrontarían sus sucesores.
Los efectos del cambio de horario se sintieron de inmediato: adultos confundidos y cansados, niños y jóvenes soñolientos. La mayoría lo rechazó tajantemente, pues alteraba su vida y entorpecía sus funciones. Debut y despedida. El gobernador Eliseo Mendoza Berrueto realizó foros de consulta en todas las regiones del estado y en el primer año de Gobierno derogó el decreto, solo con la oposición de grupos minoritarios. Lo mismo hicieron Nuevo León, Tamaulipas y el resto del país que había adoptado la medida neoliberal. El presidente Ernesto Zedillo la reimplantó en 1996 en toda la república, sin tomar en cuenta a la sociedad ni a los gobernadores.
El Congreso anuló tardíamente el horario para volver al original —«el de Dios», según lo definió el presidente Andrés Manuel López Obrador en la rueda de prensa del 3 de junio— con los mismos argumentos de hace más de 20 años: escaso ahorro de energía, impacto negativo entre la población y rechazo generalizado. Diversos estudios confirman lo perjudicial que resulta para la salud adelantar el horario. Europa dejó de hacerlo el año pasado. Argentina, Rusia y Marruecos lo abandonaron antes. Estados Unidos eliminará el horario de verano a partir del año próximo. El ejemplo lo puso Japón, después de la Segunda Guerra Mundial, y China, hace más de tres décadas.
El ensayo de 1987 partió de expectativas falsas, pues ofreció un mundo color de rosa en un país con grandes carencias y rezagos. La necesidad de ahorrar energía existe, pero se puede lograr, con mejores resultados, sin castigar ni engañar a la población. El primer inhibidor contra el consumo desmedido de electricidad y combustibles son los altos precios. Es inaplazable concienciar desde la escuela de la urgencia de evitar el derroche de energías y de proteger el medio ambiente. Los efectos del calentamiento global están a la vista y cada vez serán mayores y más dramáticos si las sociedades y los Gobiernos no cuidan el planeta. A ese propósito debe llamar también la cancelación del horario de verano.